martes, 31 de enero de 2017

I—Crónica y andanzas de Nemosio de Verdeo y Breogantino de Oestia I.

Crónica y andanzas de Nemosio de Verdeo y Breogantino de Oestia…..I
…….n……e…...m……o……

Día primero.

¿Cómo tropecé con Nemosio y Breogantino? Por pura fortuna. Yo soy Alieno de Bramante, un peripatético aprendiz de Cábala y Alquimia, que por circunstancias que ahora no vienen al caso peregrino  a Finis Terrae, y que en tierras meridionales de los Francos, por designio de la Providencia sin duda, compartí posada, o mejor dícese, cuadra, por encontrarse aquélla tan repleta como un purgatorio, y ésta, con lechos de jumento vacantes. Allí entre cabalgaduras de arrieros y algún rocín, yacimos uno y trino, con buchoneo de columbas en las cuadernas quejumbrosas. El aire era tan cálido allí, por el aliento animal y el estiércol en fermentación como el de la caldera de Pedro Botero, con aroma a éter y regusto a letrina.
Tendido a lo largo, sobre mi jergón de paja, y entre dambos, el triunviro de caminadores admiramos la bóveda celeste a través del cráter abierto en el tejado. Escuchamos la música de las esferas y apuntamos constelaciones zoomorfas, además, me contó Nemosio algún mito de dibujo astronómico, y todo, a la luz de la creciente luna y del tililar de un millardo de luciérnagas estelares que se colaban por el vano de la techumbre que amenazaba ruina. La cháchara se fue apagando como la luz de una vela de a pulgada, lentamente, hasta el sueño inconsciente.

¿De Maese Nemosio qué puedo decir? Que tiene un alma insondable, y dos oídos, el uno para escuchar la música de las esferas, la plática, el tesoro de la palabra, y el otro con pie tierno de danzante y sonidero de mazurca.

¿Y de Breogantino?, pues que luce un ánimo inquebrantable prendido de su larga cabellera sansoniana, que le protege de los avatares como un yelmo, y, prende en su mano, con tronío de Obispo o por lo menos de Arcipreste, un bordón labrado de avellano que le precede, que le guía cual lazarillo y que le defiende con derechura, eso dice.

Esta primera crónica de la primera jornada y su travesura, comienza como la de todos los caminantes, a lomos de la suela de cuero curtido de sus alpargatas, con paso cadencioso y memorizado sin duda en multitud de jornadas como esta. En silencio, ambos, se empapan del paisanaje, del verdor lujurioso de la floresta, de la quietud del aire, y a mi parecer, andan, tienen, sin reserva, entregadas las ánimas a atravesar un tiempo de barbecho yermo, sordo y distante que cauterice llagas purulentas del pasado, o al menos amaine las galernas propias que sin duda ambos soportan como reos de cuerda desde las escolleras de la duda.
Relatan estos tenores, a capella, el trabajoso camino hecho en diligencia de punto o sobre los lomos fríos de una ciclópea serpiente de hierro, las partidas de bandidos arteros, las hordas de busconas buchonas en los columbarios de las posadas, la avaricia de los posaderos con las limosneras de los peregrinos trashumantes. Y con igual detalle glosan la misantropía anónima de aquél caballero embozado en su capa castellana como la belleza sencilla y sin dobleces de alguna labriega remangada, también el discurso fresco y relajante de un arroyo de aguas límpidas, o el susurrar del viento moviendo mareas de olas en los trigales maduros, y el polícromo tablero de ajedrez de los campos sembrados en retales de cultivos cosidos con cercas de piedra; la refrescante sombra y silencio de un roble centenario al borde del camino; la sabiduría de un castaño al pie de una fontana saltarina en un codo de la senda, en fin, les maravilla el océano de tierra ante sí de la meseta, el voto de perdurabilidad de la tierra, el silencio sólo roto por el crepitar de sus pies al hoyar el camino, a cada paso. Prodigios nimios naturales que la vida arrincona con desprecio consuetudinario y prelativo.

A día 10 de Pradial, del año 7 de la Era de Nuestro Señor el Miliario Estilita, en Saint Jean Pied de Port.

              Alieno de Bramante.  

Nemo.

1 comentario: