San Borondón-.
Después de un silencio oceánico, una
inspiración profunda, como de pozo. Habla lentamente Auro, con voz cavernosa,
deja que se oiga la reverberación de cada palabra para decir --“Hace mucho tiempo, tanto… antes de que murieran, a cientos, cada día,
los lobos de dos pelos a manos de nuestros abuelos. Antes del furtivo robo de
guano, que ahora fecunda tierras yermas del ajeno norte minero. Antes incluso
de que el anacoreta Pablo llenara su islote de pendones, banderas, banderolas y
banderines que tremolaban al viento versos místicos de Teresa de Jesús y de San
Juan de la Cruz impresos con su propia sangre. Antes, sí, de la desdicha del
marinero contrabandista, abandonado por su cruel capitán en una isla desierta
del profundo sur, donde murió años después, emponzoñado por la sangre de los
piqueros que le mantenía vivo. Antes, tanto hace…que pocos tienen algún
recuerdo…un marino, Abad de un barco, navegó siete años por el océano con la
compaña de catorce monjes y tres advenedizos, buscaba con denuedo el paraíso
terrenal en medio del mar. Conoció a Jasconius, del que todos habéis oído
hablar, el pez gigante, del que dijo no ser tan fiero, sólo que el despecho por
una sirena esquiva, le daba brotes de ira. Brandan el Abad, que es de quien os
hablo, esquivó monstruos marinos con plegarias y ceñidas de buen navegante. Cuentan
que un día en medio de una mar plana, desvanecida una espesa niebla, encontró
una isla, que luego en su memoria llamarón de San Borondón, pie en tierra quiso dar misa y evangelizar a
sus criaturas paganas, condenadas por la ignorancia de su Dios, así hizo.
Partió para seguir su periplo, y dejó en esa ínsula como en un campo de Eliseo,
las almas de los héroes y los hombres virtuosos para que moren hasta el fin de
los tiempos. A voluntad no levantó carta náutica que la localice. Así, y desde
entonces, muchos han vagado por la mar océana buscando la isla errante, la que
dicen sólo se la aparece a algunos; nace
y muere, esta isla fantasma y huida, tras la niebla. Han llegado a decir que es
una gigantesca ballena dormida a la deriva. Lo cierto, es que de cuando en
cuando alguien la ve, y luego desaparece. Es la Isla de San Borondón, la isla
errante, la “non trubada”, Sandy Island, la isla fantasma. Por lo que dices,
Unno, esa puede ser tu isla--”.
Todos escuchamos expectantes el
extraño relato. Al acabar, paralizados, miramos al viejo, dejamos correr el
tiempo, nadie dice nada, el tiempo crece y Auro levanta la mirada húmeda, llena
de años, cruza un gesto con Pacífico y salen juntos en silencio, camino de la
cubierta. Huérfanos de ruido, tose Jairo, se rasca el niño Lito la mollera,
Amaranto hace pucheros, Pancho manufactura un silencio tamaño XXXL de la planta
de tallas grandes, y el “Lobo de mar” cruje sus cuadernas, al marcar los tres
pasos del merengue que baila con olas de tres metros.
FIN PRIMERA PARTE.
Nemónides.
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