Tenía esa triste sensación de
domingo por la tarde de otro tiempo, melancólico, añoraba la letanía de un loro
gritando hasta el paroxismo el gol en la huerta: “…minuto y resultado…media
entrada…palo largo…¡gooool en la Condomina!…”. Le brotaba desidia como a un
condenado estoico “al pasivo estilo”. Conjugar el laisser faire, laisser passer
lo hacía con el garbo de un hambriento muletilla afeitado por el miedo citando
a un displicente sobrero.
El fuerte viento le afilaba la
cara, le enmarañaba la pelambrera, acrecentaba el aire de anacoreta orate que
le había crecido de coronilla para abajo. Su cachucha voló en una burla de una corriente,
se enfureció gratis, sin bola extra. Ridículo, persiguió a su capitel
manoteando y fintando, así firmó un crochet de libro y una pirouette con
arabesco de grado tres en la escala de Monsieur Bidé. Como un cazamariposas
dominguero fue hasta la orilla donde el mar, no, no se abrió, “¡merde! au
contraire” diría Voltaire, viendo a su “chapeau prendre la mer”, el agua mojó
las alas de su pensamiento hecho gorra marsellesa; se detuvo y comenzó a
hervir. Maldiciones y deposiciones aparte, el tiempo le anunciaba el cambio de
estación, el fin de temporada. Hasta aquí, 397 días de naufragio. No había
llegado muy lejos, mismo sitio, misma suerte. El desamparo de los abandonados
por el futuro abría una trinchera honda donde divagaba, esperaba un mercante fuera
de ruta, planeaba su huida, imaginaba y moría de desánimo a la vez o por turno,
según su estado y criterio. Mientras el oleaje zarandeaba su casquete también
centrifugaba su estado de ánimo, interpretó como un augur este hecho. Al fin,
soltó una palabrota gruesa, de al menos dos cuerpos con su perjurio
complementario, rescató el pingajo y con la inercia que da la ira, tomó la
decisión. -¡Se acabó, me voy!-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario