Fulano de tal se
gasta una cara bovina con muermo de adolescente crónico, a pesar de superar ya
la veintena. Tiene brotes de ira orbi et orbe, gorra cogotera del Pájaro Loco,
mirada de “-me la pela, tío-“; cascos abrochados a dos bares de presión en sus orejas
de soplillo que vierten reggateon a chorros:…Des-pa-ci-to…Así anda, despacito,
con el paso corto, la cadencia de las trabajaderas y un bamboleo vacilón de
barrio húmedo.
Su camiseta con
vocación talar deletrea una leyenda en inglés, por supuesto, algo así como
“young ever, fool”, y más, calzonas caídas demasiado rotas para no ser nuevas,
impolutas zapas de marca, desanudadas; hierro hociquero modelo Gemelo de
Bodorrio y zarcillo de 14 quilates con una circonita que brilla como el
colmillo de un famoso después de unos enjuagues con peróxido de nitrógeno. Del
cuello le cuelga una cadena de cisterna chapada en oro robado, y como péndulo
de la misma le pende el típico escudo del Betis en oro del que cagó el moro que
marca su tiempo entre descensos a segunda y racias por Nervión, donde
acostumbran él y sus colegas a correr palanganas de bonito, tal y como otros lo
hacen con vaquillas tan bien afeitadas como éstos por Mercaderes y Estafeta.
Es un todo en uno, un
cani de ración, de las afueras, de los alrededores de un colector hediondo del
Polígono Industrial 5º Pino, donde como jaramagos en un erial se erigen los
Bloques Sociales Los Colorines. Concretamente, él es del Colorao Portal 5, Piso
5º P, Tercera Manípula, Última Cohorte. Allí, al sur, donde el Cardo de la ciudad trompica con escombreras de chapuzas ilegales y los bidones con candela orientan como faros hipnóticos al ejército vencido de yonquis peripatéticos que aprenden a morir todos los días, gramo a gramo.
Será carne de talego según la tradición
familiar (han llegado a veranear en La Ranilla hasta cinco familiares suyos a
la vez, su padre, la madre que le parió, sus tíos El Tato y El Palomo, y el difunto
primo Segundo). Coincidió a la vera del Tamarguillo el Clan durante la celebración de la Expo del 92, cabalmente, por
gentileza del Grupo 7 ¡Gagüen tó! En cuanto a él, ya se verá, pero pinta mal el
retrato.
Los colegas le dicen
“El Gusano”, quizá por el tatuaje de una culebra bastarda que le asoma por la
patera, sobre el gemelo izquierdo la cola, la calcomanía le serpentea todo el
cuerpo, hasta abrir su boca con lengua bífida en el hombro derecho. Pero puede
que no sea por eso, quizá sea simplemente por la similitud fonética con su
nombre. Siempre he pensado que los nombres de cada uno tienen porqués, o no,
qué sé yo. Unos los llevan sin ton ni son, como un sambenito. Oigo opiniones de
todo tipo, otros, pues tienden a honrar el nominativo y tienen cara de fulano
si tienen la boca de esportón y ojos saltones de batracio, como es el caso. Es
más, hasta el apellido lo calza fulanito con propiedad: Mambrino, al ser él de
tez aceituna de almazara y tan invisible para el mundo como el que se calaba el
famoso yelmo del rey moro. A lo que íbamos, bueno, que es feo, y de arrabal
como atenuante.
Urbano Mambrino, un
fulano de tal.
Nemochtitlán-17.
No hay comentarios:
Publicar un comentario