Un Dondiego de Cuartel.
Sus sueños están hechos de la materia
con los que siempre adornó su nariz infantil, a base de dos velas áuricas de
mocos perennes, largadas a barlovento del regaño de sus tías, como también de
las rebabas de ferralla que herían sus pies mal calzados en la fragua de su
padre, y por supuesto del aliento seco de desierto, aspirado durante su mili
africana de reenganchado por no decir que no. Él cree que allí, a las puertas
del Sahara se le secó la sesera. Desde entonces, apenas suda cuando otros se
cagan, y se caga, sólo, con el café de puchero.
Tal día como hoy, 26 de Julio de hace
un año, en plena Velá de Santa Ana, bien temprano, cruzó el río con los
primeros rayos de sol coloreando la Torre del Castillo de San Jorge, y por la
orilla de Sevilla caminó pegado al río hasta encontrar a su amigo Génesis en su
apostadero preferido, le descubrió sin sorpresa: hecho un cuatro, sentado en su
silla de playa añosa, gorra de Piensos Purina, mirada licuada de espera
infinita, la caña de pescar apunta al misterio del curso de agua, delicadamente,
la boya nada, se mece y con ella la cucharilla que pende se insinúa en las
aguas sólidas a los cenagosos albures. Gen, no entiende de fiestas, si es
miércoles, va a pescar y ya está. El Crúo le dispensa un económico saludo, que
es correspondido sin girar la cabeza y con igual carestía de palabras –¡Eh!--.
A Génesis su mujer le dice El
Pocapesca ¿por qué será?, pero eso le importa poco. Y al Crúo, en el corrillo
de pescadores del que forma parte Gen, le dicen El Pescador de Oídas, porque es
verdad que pasa mucho tiempo al lado del Penélope del Sedal sin lanzar nunca
una caña. Comparten ambos, juntos, su gusto por el silencio, del que suelen
salir por el túnel de tiempo con batallas de hace mucho tiempo. Su lugar
predilecto: la mili de ambos. Se cuentan mutuamente batallitas, a Gen le pirra
recontar las aventuras de José María El Malaguita. Se ríe para sus adentros
sólo recordar sus gestos amanerados y plumíferos. Hoy toca el relato desnudo de
algunas noches tórridas, cuenta sin dejar de mirar la punta de caña que
descansa anclada –El jodío José María era como un Dondiego—continúa enigmático—verás,
al final te lo digo.
--Dice resuelto--Total, que eran días
esforzados de maniobras, patrullas, instrucción, imaginarias, órdenes absurdas,
uniformes sudados, rancho y algo de grifa –prosigue--. Ocupábamos el Barracón
número Cinco una caterva de reclutillas de provincias, un tercio del total eran
10 Julitos (así llamábamos a la leva de membrillos incorporada en pleno mes de
Julio). José María al cruzarse con alguno de ellos en la Cantina o donde fuera,
sabiendo que era un Julito, les solía preguntar muy serio --¿En qué Barracón
estás, corazón?—El interpelado solía responder sin miedo –En el Cinco—y contestaba
como un disparo El Malaguita --¡Por el culo te la hinco!-- Después solía haber
un respingo del Julito y una carrerita con risa burlona del chistoso.
José María era muy juguetón, quizá porque
aquello era como una isla llena de hombres y eso a él le ponía tela. Recuerdo que
las duchas eran comunes, era una sala alicatada de azulejos blancos llena de
alcachofas a dos metros del suelo, y vaho, tanto, que hacía llorar las paredes,
a los espejos le caían unos churretes de agua que les sacaba el azogue en poco
tiempo. Allí, todos desnudos, cantábamos, hablábamos o nos enjabonábamos,
mientras el agua nos sacaba la roña. Se hizo habitual que José María al acabar
su ducha se anudará la toalla a la cintura y parado en el quicio de la puerta y
apoyada una mano en el marco (en plan Diva) nos mirara la popa a todos, al
tiempo que decía picarón y con tonillo –¡Mantengan señores su culos limpios,
son todos tan rebonitos!”—Al principio, se formaba un alboroto de reproches e
insultos, luego ya no. Era una de sus gracias.
Cuando a algún soldado le daban unos
días de permiso para ir a ver a la novia o a la familia, los demás sabíamos si
se lo había trajinado José María, si le escuchábamos decir a éste, un punto despechado,
con un mohín en la boca y un giro de cabeza, aquello de --¡Yo no me como babas
de ningún chocho, que lo sepas, cañalla!—Todos sonreíamos y el agraciado agachaba
la cabeza, cogía el petate verde oliva y salía en silencio del Barracón número
Cinco. ¡No se callaba ni debajo del agua el jodío!
A lo que voy –continuó Gen—muchas noches,
apagada ya la luz, tumbados todos en las literas, a José María se le ocurría
deleitarnos con unos de sus espectáculos, primero había que convencer al
Imaginaria del Barracón, que se la jugaba, luego empezaba el espectáculo: José
María se dirigía a los aseos, única zona iluminada del barracón y que vertía
penumbra al dormitorio corrido, portaba su maletín de la Señorita Pepi y algún
atavío estrafalario. Mientras él se preparaba, Jacinto, un vivalavirgen madrilleño,
pelón de calabozo, y según dicen, que había trabajado de pinchadiscos en la
Sala Rock-Ola, hacía la presentación del show:
¡Señoras y señores! venida desde el
Jardín Prohibido del Pecado de La Roca, y haciendo escala en su Gira Mundial en
esta Santa Casa, tengo el honor, el placer, el privilegio de presentarles a la
más bella flor de ese jardín, al Dondiego de flores blancas y rojas que abre
sus pétalos cada noche en un escenario distinto ¡a María José La Pelona,
estrella del Music Hall Gribraltereño!. ¡Hoy, aquí, está para ustedes con sus
mejores galas, la mejorrrr…..la más grandeee….la mejor dotadaaa….¡MARÍA JOSÉ LA
PELONA! Con todos ustedes la Diosa del Hilo Filipino y la Milonga, la del Tango
y la leche batida, la del Pasodoble y los huevos a la flamenca, la de la Copla
en copa de balón….!¡Con ustedes….LA PELONA!
Después de semejante entradilla o
parecida, se producía griterío y vítores de entusiasmo. Aquellos que
disponíamos de linterna enfocábamos con ella desde nuestras camas a las puerta
batientes de ojo de buey del aseo, donde aparecía como una Diosa, María José La
Pelona, pintados los labios, los ojos y con la única vestimenta de una sábana
bajo la que nada llevaba. Jacinto le daba al Play del radiocasete Sanyo y la
música invadía el dormitorio. Se hacía el silencio entre nosotros, y ella caminaba
como un pavo real, como una ninfa de Píndaro, danzando contoneos de cine.
Después, ahogado el silencio con los primeros acordes, y con una baqueta de uno
de la Banda a modo de micrófono nos divertía y entretenía cantando. Solía
comenzar con Cabaret, luego igual te erizaba el vello con la de Lili Marleen en
español, el punto y aparte era el final de la canción:
………………………………………………………………………..
Desde el espacio silencioso
desde las entrañas de la
tierra
me levantan como en un sueño
tus labios llenos de amor.
Cuando las nieblas
nocturnas se arremolinen
yo estaré junto a la farola
como antes, Lili Marleen
como antes, Lili Marleen.
Acostumbraba a cantar un puñado de canciones
más, alguna de ABBA, el “Gavilán o Paloma” de Abraira no fallaba, tampoco “Eva
María se fue” de Fórmula V y por supuesto “Para que no me olvides” de Lorenzo
Santamaría –Se ensueña Gen entornando los ojos y larga carrete—te acuerdas de
“El amor de mi vida” de Camilo Sesto, pues también, y al final de “Un ramito de
violetas” de Cecilia solía corrérsele el rímel, con ésa o con “Échame a mí la
culpa” de Albert Hammond ¡era más teatrera la jodía!-- le dice al Crúo
mirándole por primera vez ya algo blandito—bueno, y de Village People, qué sé
yo. Lo cierto es que lo pasábamos en grande, y por un rato se nos olvidaba quiénes
éramos, y qué hacíamos nosotros allí, en el culo del mundo. Otras veces bailaba
en silencio, en tinieblas, sin banda sonora, movía el aire de alcoba cuartelera
con el vestido, vamos, con la sábana o el pañuelo, digo. Puedo asegurarte Crúo que
yo, nunca, nunca la vi el…ya sabes…el mandao ¡Cuando actuaba no tenía, no sé
qué hacía con él!
Tras un silencio suspensivo continúa Gen
con la mirada ya pérdida en los recuerdos--Lo pasábamos de miedo, sólo que a
veces nos descubrían y arrestaban a todo el barracón, y a ella, la pelaron al
cero y la confinaron un par de veces en los calabozos más tiempo que a nosotros.
Por eso luego todo el mundo conocía a José María, aunque sólo de noche, como
María José La Pelona, el Dondiego del Barracón Cinco. Y gracias que la Ley de
Vagos y Maleantes o la de Peligrosidad Social habían muerto en la Transición
que si no, le abren un Sumario Militar. Se libró por edad de lobotomías,
frenopáticos, baños de agua helada y descargas a 125 vatios en los cataplines.
Mimetizó María José, su irreverencia, su caspa, su inocencia, su trasgresión en
el ambiente de progresía y desenfreno social que vivimos aquellos años
inciertos--.
Crúo, eso es todo por hoy que es
fiesta, aclararte y ya está, que un Dondiego es una planta que abre sus flores
blancas y rojas sólo por las noches, al amanecer se cierran, así lo decía el
vivalavirgen de Jacinto en alguna de sus presentaciones. ¡Ea, creo que ha
picado un jodío albur, vamos hazme sitio carajo!
Nemosam-17.
Como no ver en María José a la Pelona...
ResponderEliminarComo no imaginarme el olor del Guadalquivir. Me encanta!!!!