lunes, 1 de abril de 2019

Colores de Río Tinto. (I).








                  L           a         ji                    s  .






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Fotos: Markus Lieben.
Tiestos robados por Rnestatta Hammatta-Hammatta.



Peregrinaje tóxico de ideas y agradecimiento inopinado.

La gama de colores de la cuenca del río Tinto no hubiera sido posible sin la intuitiva búsqueda de tesoros minerales por el hombre de la Edad del Bronce o por los de la Edad del Hierro, ni tampoco sin la febril mineralurgia de Tartessos. Contibuyó a su explotación el afán mercantil de fenicios y griegos que arrancaron a esta tierra metales preciosos que transportaron a oriente. Luego, pasados los siglos, los romanos heredaron, a gladius y pilum limpio, este río único, lo erosionaron y modificaron hídricamente persiguiendo bajo tierra la Faja Pirítica Ibérica, de donde extrajeron oro, plata, hierro, bienes de gran valor en el Imperio. Después, sobrevenida una nueva civilización, la árabe, los almohades supieron aprovechar los recursos de esta cuenca al menos para elaborar tintes medicinales.

¡Ah, se me olvidaba! Mi agradecimiento a quien corresponda, al azar.

Según los expertos, el río Tinto es diferente y único. En sus aguas viven unas bacterias acidófilas -Leptospirillum Ferrooxidans- que oxidan los minerales, son microorganismos que se alimentan de ellos, hongos y algas endémicas, adaptados todos ellos al medio extremo en el que viven, generando por su interactuación un medio rico en sulfuros volcánicos, metales pesados e incrementando la acidez del suelo hasta el extremo. De las entrañas de la cuenca se extrae, desde su milenario pasado: cobre, azufre, zinc, plomo, manganeso, ácido sulfúrico, además de plata, hierro y oro.

Los colores del río Tinto, como se ve en las fotografías de Markus Lieben, son sorprendentes: rojos, violetas, amarillos, verdes, ocres, marrones, blancos, bermejos. La aridez del terreno desnuda la tierra y la transforma en un paraje inhóspito, selenita;  su insalubridad la hace extrañar la vida y su excepcionalidad desconcierta al visitante. Las emanaciones de gases sulfurosos dispara la imaginación de cualquiera, te traen recuerdos leídos en odiseas marcianas, y a la vista del Cerro del Hierro o Corta Atalaya no puedes por menos que recordar "los círculos del infierno" descritos en "Inferno" por Dante Alighieri y minuciosamente pintados por Botticelli.
Al contemplar el Cerro Colorado sientes, latente, el olvido intencionadamente enterrado de 200 personas asesinadas "El año de los tiros". La escoria sepulta su memoria y el país entero ignora su historia: un 4 de Febrero de 1888 hubo, allí mismo, posiblemente la primera manifestación ecológica que se conozca, una protesta que congregó a unas 12.000 personas que protestaron contra el humo tóxico que producían la combustión sin fin de las teleras y que provocaba lluvia ácida sobre la cuenca y un aire ponzoñoso preñado de dióxido de azufre, cuyas consecuencias es fácil imaginar: muerte animal, vegetal y humana. Aquel frío día de febrero, con la connivencia de "la Compañía" y el Estado español que ordenó al Ejército defender los intereses de los ingleses -amos de la Compañía- por encima de las reivindicaciones de los "nativos", se concretó en descargas fusileras del Regimiento de Pavía, incluso en cargas de bayoneta contra los manifestantes -entre los que había incluso niños-.
Y luego, oprobio y olvido, el tributo habitual de este pueblo a su historia, a sus héroes.
A la manera del estrombote cervantino que tan bien nos dibuja: "-mira el pueblo de soslayo, fuéronse los muertos luego y no hubo nada"-, digo yo.



P.D.
El hurto alevoso de los pies de fotos no deja de ser un capricho sin tipificar por la Real Academia, y la colocación de emoticonos en su lugar por parte del ratero, pues me parece el recochineo pirata y narcisista de un bulímico de letras, que mejor se podía dedicar a tocarle los tiestos a su señor padre, por ejemplo. ¡Vamos! 

Nemo.
                                                                                   

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