lunes, 14 de mayo de 2018

Liquidación por fin de existencia. Almoneda y avíos de vida de un pellejo.




Jota El Pellejo es devoto, de siempre, de la Virgen del Moquero y la Sopa Fría, y digamos que aficionado por herencia paterna, del Cristo de Madera. Hermano, por parte de su tabernero de cabecera, de El Penúltima y junto a éste, de El Bola, de Sebas El Sobresaliente y de Jose Pepe, formaron, los cuatro (y me llevo uno, Jota) Los Illos, patos todos del mismo albañal. Illos de parranda. Ellos eran miembros numerarios de la Tasca Reonda en sus años mozos, quintos sin cuartos del Rey, dieron barrigazos a finales de los ochenta en una Melilla con olor a grifa, a morocha y salitre. De vuelta en a casa, cumplido el servicio militar, su cuadrilla Amigos del Círculo/ Dados a las Curdas (en adelante AC/DC) se diluyó por la afición desmedida de Jose Pepe por trincar un maromo sensible en el lodazal nocturno del lumpen. Contribuyó lo suyo la sed desértica de Jota que le hacía beberse hasta sus lágrimas, esto le alejó de la orilla que habitaban estos Acedecianos. La vena reformadora que Lupe le inculcó a Sebas también restó, le hacía parecer al insuficiente Sobresaliente algo parecido a un señorito con señorita. Cierto. ¡Ah! supongo que querréis saber algo de El Bola, bueno, pues dicen que es negro por horas. Pone en arriendo su don para decir por escrito lo que muchos no saben y así, a sueldo de algunos famosos sin talento, sinvergüenzas y enamorados de sí mismos que les da por escribir sus memorias por poderes con tan sólo treinta años o menos, él se las escribe sin echar su rúbrica. El Bola cobra lo suyo y suele perderse -Deo Gratia- por Malasaña y Santa Ana. Del Penútima diré, ya que te molestas en continuar leyendo, que le tocó dos veces la Lotería, la penúltima foto que mandó a Jota se le veía con gorra de capitán de barco, acodado en la baranda del resquemor que da a estribor en un bergantín de velas recogidas. Superó  el marino, sin lucimiento, a base de gimnasia pasiva, un ictus cabrón que le dejó una mano tonta perdía y tan ajena como unas tenazas de chimenea, y la pierna de equivocarse, de pirata, tal que la de Long John Silver mismo. Ibiza, quizá Menorca o Cerdeña, son sus puertos entre naufragio y naufragio.
En resumidas cuentas, Los Illos, son historia, y él, Jota, cincuentón con cuarenta y pocos se le echó el invierno encima, le nevó ceniza en la cabeza y sucumbió sin voluntad a la inercia eremita de un perdedor de manual, verdad es que él no tenía ni puta idea de quién era Johnny Cahs, pero sí escuchó y hasta compartió su charco de vómito con un tal Silvio, ténganselo en cuenta, por favor. Se rozó El Pellejo las carnes en esquinas con estrías que abren dos cuartas las caderas de sus aceras sólo a los conocidos y a los perdidos, braceó de madrugada anclado a alguna farola que bizqueaba, y se ausentó de su vida durante seis noches/siete días por un coma etílico de anís El Clavel, luego....luego se hundió en una sima depresiva que aún hoy explora a tientas, ciego de miedo, embotado por los antidepresivos, anestasiado por el olor de las margaritas del campo y angustiado por la velocidad de la corriente de agua bajo los ojos de un puente estrábico.

Nemonello Dell Buono.
          Mayo de 2.018.

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