Al arúspice que destripa mis renglones.
El Piccolo Príncipe
de las Tormentas
es un rayo incesante,
pedrisco dialéctico
es
que malogra la amarga
cosecha
de coartadas ajenas.
Enemigo vero
de los circunloquios
concéntricos
con que se coronan
--sin recato ni
fundamento—
los ídolos vanos,
títeres patéticos
de su propio anhelo.
Corredor
por pasillos
estrechos
de ponedoras gallinas
sin huevo.
Comediante erudito
del galanteo.
Enciende sus ojitos verdes
ante el raro vuelo
del dodo
o en pos del plumerío
del avestruz
y todo por comerse un
chocho
o un altramuz.
Hombre fuera de
tiempo,
escaleno,
más del Renacimiento
que del hoy sin
verso.
Renacido
y reencarnado
de un portador del
fuego,
del avieso mercader
de condotta
que cruza el su yerro
con soldados de los
Tercios Viejos.
Pudo ser en otro
tiempo
un duelista de honor
inmaculado
o tal vez, marino con
Patente de Corso
--el que sajó a
Gallolo, mismo—
o el que desarboló
junto al Corto Maltés
a una terna infame de
corsarios ingleses.
Quizá fuera otrora
valedor de la honra
de rameras
que vengó a degüello
nimias afrentas.
Lo tengo por cierto.
Apóstol del Anatema
que chapotea
en las lagunas de la
memoria
y que acuchilla la
mentira
con entredichos,
citas y laica apostasía,
argumentos férreos de un Profeta de Siviglia.
Sabido pastor de
ovejas negras
en la Granja de
Mairena
a las que hace pastar
en una escombrera.
Les salmodia
resuelto:
--¡Cuando llegue la
noche
y la
luna platee con lunáticos sueños
vuestros crespos cuernos,
entonces, y no antes
seréis albos corderos!--.
Llegado el crepúsculo
virguero él
hace sonar su flauta
de ovejero
y su grey de
descarriadas ovejas
confiadas, se cercan
solas
en los chiqueros de
su departamento,
y las que no
les da propina
generosa
de esquilo manual y
pienso,
allá, en las Tierras
Altas de Aislamiento.
Pellizca discursos
manidos
con la misma pericia
que Don Juan,
traseros.
Si persigue una musa
sus pies cuelgan de
un soneto.
Arúspice que
desentraña
las tripas de mis
renglones.
Actor, que no
guionista de su derrotero
declama en blanco y
negro
ripios míos o de
bardos muertos
y ayuna silencios
con el vientre lleno
de peros.
Nada más, sólo un
ruego:
sé más futuro que
perfecto
menos pretérito que
pluscuamperfecto
más gerundio que becerro,
y no dejes de ser
nunca un amigo,
a tiempo
completo.
Nemosio de Verdeo.
Sevilla, Mayo de 2.018.
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