domingo, 27 de mayo de 2018

Al arúspice que destripa mis renglones.







                                                                                   Al arúspice que destripa mis renglones.




El Piccolo Príncipe de las Tormentas
es un rayo incesante,
pedrisco dialéctico es
que malogra la amarga cosecha
de coartadas ajenas.


Enemigo vero
de los circunloquios concéntricos
con que se coronan
--sin recato ni fundamento—
los ídolos vanos,
títeres patéticos
de su propio anhelo.


Corredor
por pasillos estrechos
de ponedoras gallinas sin huevo.
Comediante erudito
del galanteo.
Enciende sus ojitos verdes
ante el raro vuelo del dodo
o en pos del plumerío del avestruz
y todo por comerse un chocho
o un altramuz.

  
Hombre fuera de tiempo,
escaleno,
más del Renacimiento
que del hoy sin verso.
Renacido
y reencarnado
de un portador del fuego,
del avieso mercader de condotta
que cruza el su yerro
con soldados de los Tercios Viejos.
Pudo ser en otro tiempo
un duelista de honor inmaculado
o tal vez, marino con Patente de Corso
--el que sajó a Gallolo, mismo—
o el que desarboló junto al Corto Maltés
a una terna infame de corsarios ingleses.
Quizá fuera otrora
valedor de la honra de rameras
que vengó a degüello
nimias afrentas.
Lo tengo por cierto.


Apóstol del Anatema
que chapotea
en las lagunas de la memoria
y que acuchilla la mentira
con entredichos, citas y laica apostasía,
argumentos férreos de un Profeta de Siviglia.


Sabido pastor de ovejas negras
en la Granja de Mairena
a las que hace pastar en una escombrera.
Les salmodia resuelto:
--¡Cuando llegue la noche
     y la luna platee con lunáticos sueños
     vuestros crespos cuernos,
     entonces, y no antes
     seréis albos corderos!--.
Llegado el crepúsculo
virguero él
hace sonar su flauta de ovejero
y su grey de descarriadas ovejas
confiadas, se cercan solas
en los chiqueros de su departamento,
y las que no
les da propina generosa
de esquilo manual y pienso,
allá, en las Tierras Altas de Aislamiento.


Pellizca discursos manidos
con la misma pericia
que Don Juan, traseros.
Si persigue una musa
sus pies cuelgan de un soneto.


Arúspice que desentraña
las tripas de mis renglones.
Actor, que no guionista de su derrotero
declama en blanco y negro
ripios míos o de bardos muertos
y ayuna silencios
con el vientre lleno de peros.


Nada más, sólo un ruego:
sé más futuro que perfecto
menos pretérito que pluscuamperfecto
más gerundio que becerro,
y no dejes de ser nunca un amigo,
a tiempo completo.


Nemosio de Verdeo.



Sevilla, Mayo de 2.018.

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