domingo, 11 de marzo de 2018

Operación Newton 9.8 en pepitoria II. Horror vacui de naturalezas muertas.


Horror vacui de naturalezas muertas.


Como sopas nos ponemos en marcha. No llueve, pero la niebla y la humedad nos esconden y empapan. Gestos y avanzada, silentes. Vislumbramos el puesto avanzado en la falda de Algarín Rock.





Contacto con Kilo-10. Primero a cuchillo (M-3 y Mark2) para ganar el factor sorpresa, luego con el Thompsom escupiendo a destajo. Respondieron hablando nuestro mismo idioma. Ráfagas enemigas con carne: Sierra-6, Víctor-Sí y Delta-1, mordidos, Romeo y Julieta, KO, muertos. Gracias a los dioses de toda la cuadrilla los de aquel sembrado de búnqueres no eran los T-Truppen. Brandeburgo para aquellos cuadrados no es más que una puerta abierta en la Pariser Platz, y no el temido Commando Brandeburgo, ésos Jerrys sí son especialistas en darnos por saco -¡bien lo sé!-. T-Truppen es un enemigo fiero, implacable y desalmado --¡como nosotros, vamos!-.
Les hacemos un traje a los kartoffeln. Escabechina de teutones. Muertos en lo que una puta de puerto avia a un adolescente. Tiramos de Colt, de granadas, de bayoneta, hasta la navajita del paracaídas tiene su fulano. Todo lo arrojadizo llueve sobre los sorprendidos Hunos. Yo, a uno le escupo en su jeta mis bilis ulcerosas -¡jodida úlcera de los cojones!-, el boche, se queda con cara de palo, la misma del triste de Buster Keaton, luego pestañea dos veces y se hinca de rodillas, hecho una sopa jardinera con tropezones y dos tajadas gentileza de mi Mark2, una en el hígado (la que más le sorprendió) y otra en la garganta tipo pajarita de esmoquin. Listo. Que pase el siguiente. ¡Hay que ver lo que da tener oficio, una úlcera cabrona y un sólo Dios verdadero, tu pellejo. San Mark2 es mi profeta, juez salomónico y todopoderoso protector de los devotos de Marte, como yo. Troche y moche de agujeros y tajos en vivos y en muertos desconsiderados.

Encontramos nuestro destino en este largo día, como reza nuestro lema ("Encuentro con el destino"). Nos lleva casi una hora apilar los Heineis con uniforme como sacos terreros, en los vomitorios de los búnqueres. Es el principio del día D, de destino. Yo lo sé, mis hombres no. Mejor así. Confieso que coqueteo con la locura hasta el punto de creerme que mi nombre es Papá-Noviembre, tal y como me llaman mis hombresen lugar de Krzysztof Nemowitz.

Consolidamos y aseguramos el perímetro de la colina Algarina. Divido en dos grupos a los hombres: los que tienen movilidad, conmigo, nos toca entonar los bises del espectáculo, y por otro lado, los heridos graves y los que leves que pueden defender la posición, aquí quedan, con mi bendición y con el Sargento Lloyd de santo milagrero, dispuestos a multiplicarse como peces del Mar de Tiberíades.

La mañana se entra en luces de claraboya debido al nublado, la perezosa niebla y el humo remiso a elevarse. Huele a muerte. Alguien ha pintado la atmósfera del hoy amanecido como un decorado de muralista, menos colorista y más trágico aún que un trabajo monumental de Diego Rivera, paisaje descarnado, de tonalidades ocres y terrosas, como sanguina de carboncillo sobre Papel Guarro. El horror vacui de la guerra despedaza cuerpos, calcina árboles, descuyunta artefactos bélicos, alfombra la tierra de hollín metálico, y amontona naturalezas muertas con criterio caótico.

Los pies nos pesan al movernos en el barrizal en que se han convertido los nidos, las trincheras. Ralentizamos la marcha con precaución de vísperas de algo, y avanzamos junto a la vía del tren jugando a las sentadillas y al Pollito Inglés en dirección al Pont Nouveau de Quatre Sentiers. Próximo objetivo. 



Captain Nemowitz.

Fotos: Markus Lieben.
Texto: Diario de Krzysztof Nemowitz.

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