martes, 2 de enero de 2018

5 de Abril de 1.976.




5 de Abril de 1.976.



Amanece una fría mañana de primeros de Abril, el lucero del alba parpadea aterido, y la luz del alba recorta el perfil de una sierra umbría con mellas pétreas, dibujadas hace milenios por fuerzas telúricas. Atlas terrenal memorizado a fuerza de generaciones por lugareños plantados allí por sus ancestros, desde su nacimiento hasta el ocaso de sus vidas y que no conocen otro horizonte. Ni puta falta que les hace. Los paisanos, a esa temprana hora se abrigan con un humeante tazón de achicoria con leche que migan con pan de ayer.

Es el Barrio de Abajo donde más volutas de humo se ven elevarse de las chimeneas  hasta perder su forma y mezclase etéreamente con la neblina de la aurora, esa atmósfera, se percibe estanca, en suspenso, pesada, con olor a leña de roble quemada y chicharrones recién fritos en manteca de cerdo, listos para llenar la panza de las fiambreras, que luego, a media mañana, en los pliegues de la sierra, al sol, será el combustible de los afanosos agricultores en sus hercúleas labores.  Aquí y ahora, hormiguean ya la mayoría de los vecinos, laboriosamente, bajo los tejados de sus Casas Baratas, cada uno en idéntico laberinto de estancias y pasillos, por obra y gracia del Instituto Nacional de la Vivienda. Son faunos de yunta y angarilla, son Princesas de las Trébedes, musas de mandil y zapatillas de guata que trajinan de sol a sol, de luna a luna, unos declinan surcos de tierra húmeda en la labor de primavera, y otras, despejan cacharros e incognitas en la ecuación del día: es la faena, los oficios. Sobre ellos, las tejas de barro bermejo que les cobijan visten la gala de una helada cenicienta.

En una alcoba, de las tres con que cuenta cada una de las siamesas viviendas de VPO con su yugo y sus flechas, bullen y se acurrucan bajo mantas Mora los pucheros de la respiración de dos hermanos, comparten cama, y se hacen un ovillo cada uno en su lado del lecho, orientándose cada cual a su punto cardinal (Levante y Poniente), sueñan los dos que es sábado o que pueden dormir hasta el mediodía porque tienen algo de fiebre. Despertados con caricias y un beso maternal, se desperezan. Rápidamente, ambos, se aparejan la muda del día, doblada y dispuesta sobre el cabecero de forja. Es ropa crecedera, con dobladillos extendidos y gastados, ya sin doblez, rodilleras en las perneras de los pantalones y jerséis que lucen zurcidos discretos en las coderas, son la heredad forzosa de algún primo mayor, no de todos.

Las manos tersas y templadas de su madre asean sus legañas, les bautizan y luego aran sus cabellos, dibujándoles dos rayas anchas y blancas. Mientras, la palangana hace vahos mañaneros sobre la cama.

Después, los dos niños se abrazan a su tazón leche con cacao y mojan galletas María. Las primeras palabras infantiles son monosílabos con frenillo y timbre de monaguillo. Avíos a la cartera escolar: plumier, libros, cuadernos de alambre y el oloroso bocadillo de chorizo para el recreo, envuelto en papel de periódico. Es chacina de la última matanza, que tierna se orea y cura en el altillo, al aliento del viento del norte.

Caminan despreocupados a la Escuela. La madre coge con la diestra la mano del mayor, y con la izquierda la de una niña con dos coletas, como de cinco años, y al hermano mediano le aprieta con fuerza su mano, el hermano mayor, forman una cadena con eslabones forjados sobre las brasas de un mismo hogar. Al mismo tiempo que ellos cruzan la descarnada carretera, llena de parches de caminero, carraspea la caja de cambios de un cuatro latas que anda al paso carretera abajo. Y en una de las calles laterales que encierra el recinto escolar, una piara de cabras atufa de aroma montuno el instante y siembran de cagarrutas la faz limpia del cemento que cubre, desde hace bien poco, el secular empedrado de rollos del viario del pueblo: actuaciones frenéticas de un plan de saneamiento en manos un alcalde constructor.
  
Ronca de fondo el caudal impetuoso del río, y en su avenida arrastra despojos de un otoño antiguo, de un invierno fiero, en sus orillas apila maleza vegetal, ramas arrancadas a robles, castaños, cerezos, olivos, además de zarzas, helechos y basura desgarrada de plástico. En toda la largura del río, curso abajo, le escoltan una galería fiel de alisos. Discurre cristalino y frío el raudal que asea pulcramente su cauce y aliviaderos. Desde siempre dibuja su cuenca y desborda de vez en cuando las costuras de un invierno lluvioso y de una primavera que llega con retraso.

Suena el fatídico timbre que anuncia el inicio de las clases. Aluvión de chiquillos con flequillo y niñas con lazos de cintas en el pelo corren en todas direcciones, busca cada uno su clase, su pupitre, sus compañeros, su Seño. Y sin más, a esa hora el sol ya colorea de luz el inmenso telón de fondo de la sierra solana, donde se señala puntillista, el verde de los olivos sobre el fondo todavía marrón y ocre de la tierra. Tramoya vegetal de una estación.

Doña Paquita recibe a sus alumnos a portagayola, vestida de luces de domingo junto al entarimado que eleva su mesa, menuda y empaquetada en un grueso traje de invierno junta sus pies del 35, y se balancea adelante y atrás sobre el medio tacón de sus zapatos con hebilla dorada. Manos ensortijadas que frota sin descanso, tintinean las cuentas y abalorios de sus pulseras al girar sus manos. Nos sonríe a todos al entrar al aula. Recién salida del taller de chapa y pintura de su tocador luce sus labios rojos, coloretes falsos de invierno, sombra de ojos azul y mueve sin pereza sus ojos de gata escaldada. La coronan un peinado con permanente y dos flus de laca, y entorno a ella un halo cosmético a polvos mágicos, jazmín y lila. Tiene estampa de maestra de ciudad que cocina arroz brillante.

En la pizarra, la fecha del día, escrita con la letra pulcra y redondilla de la profesora: 5 de Abril de 1.976. Sentados todos los niños, ella cierra la puerta.
--¡Buenos días, niños!
--¡Buenos días, Señoritaaaa!—responde con tono de tabla de multiplicar, a coro, la clase
entera--.
--Coged primero vuestro cuaderno de lengua—continúa de carrerilla la maestra—vamos a ver los deberes de ayer, la redacción que os mandé sobre un amigo vuestro. Vamos a leer algunas, y luego mientras hacéis un análisis morfológico, os las corrijo. Bien. Tú, Ernesto lee la tuya.


Nemogoroff-17.




3 de Abril de 1.976.


Fotografía: Markus Lieben.

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