viernes, 19 de enero de 2018

Miranda´s & Currito Sociedad Muy Limitada (SML).



Miranda´s & Currito, Sociedad muy Limitada.




Es la hora de los paseantes solitarios de chuchos, justa, la de media estocada taurina, también la de picotear una bolsa de pipas El Pipón Verbenero, media tarde vamos. Han ventilado ya el frenético mediodía colmado de olivas, cañas con tapa, tapas con moscas, moscas con mucha calle, calles llenas de chonis y manolos, manolos de bonito. Bonito entremés de una semana, llena para todos los vecinos, de lunes. La liturgia del domingo ha quedado consagrada, hoy como otros muchos días, en los destartalados Comerciales Gólgota, en los riñones del barrio, a una acera y media del campo pelón, lleno de cardos, chumberas y pisoteados caminitos que no llevan a ningún sitio. Paisaje reseco y áspero el que se divisa desde los ventanales el Bar La Gonzalera. Aquí, hoy, la ceremonia de un domingo cualquiera ha sido oficiada por Nano en el papel de Sumo Pontífice, Yeni como Prima Donna, asistidos por Yoni al vaso de tubo y los palillos rebaña paluegos, a los chismes y el pandero, su contraria Maru, y como artista invitado (desde hace un mes) Currito el Pupa que ha comparecido sedado a La Gonzalera, --¡a medio dormir estoy!-- ha dicho lacónicamente el aprendiz—Quizá tenga que ver con esto que por fin, desde hace quince días, vive con su novia Reme, emancipado de su viuda madre, y lo hace en una especie de palomar de la V.P.O. de cuando no se habían inventado ni las rotondas y los serenos daban cuatro voces con tintineo de llaves, acrecienta su inri que la vivienda está en un cuarto sin ascensor. ¡Coño, desde su ventana se ve el puesto fronterizo de Sevilla Este, no digo más!
A la amiga, en el barrio se la conoce por el analgésico mote de la Aspirina. Llegados a este punto se admiten hipótesis sobre el porqué del apodo. Porque como cualquier medicamento se administra vía oral, sublingual tal vez, tópica, o vía rectal y en cualquier caso ¿alivia acelerones de pulso? quién sabe. O porque quita los dolores. ¿Quizá, por qué es una virtuosa de la aspiración con la boca llena? O Porque tomada te protege de accidentes cardiovasculares. Ni idea, la verdad.

Consumado pues el festival de rondas, es entonces cuando la Yeni y el Nano, vestidos de luces, se dan el paseíllo. Se dejan ir y se esparraman por calles solitarias. Ella se cuelga de su antebrazo, apoya la cabeza en la sobaquera osuna de él, abre con las paletas, una a una, las pipas de girasol que va cogiendo con cadencia de colegiala de la bolsa que sostiene, luego, con un giro de muñeca (pleno de swing) extrae la semilla y la mastica o acumula en un carrillo, esto según le dé, y por último, escupe sin elegancia las cáscaras vanas ya. Todo el proceso lo hace a velocidad de plusmarca provincial, que ostenta como todos sabéis su comadre Rorro (Aurora), después de superar una onicofagia convulsiva que a punto estuvo de mondar sus manos hasta dejarse unos bonitos muñones.
Remolca el Nano a su pinturera mujer, metida la tracción a las dos piernas, a juzgar por el roce de sus botines sobre el acerado. Tiene andares de galeote sin cadenas. Él, camina absorto en el guirigay habitual de los periodistas peloteros que atropellan sus voces sin pararse a que termine su compañero, generan, entre todos y a oídos de la audiencia, una especie de cascada sonora que aturde y anestesia a los radioyentes, al Nano también. Gracias a esto se ahorra prestar atención a lo que le pudiera decir la Yeni, o lo que es mejor, le impide pensar por sí mismo, asunto éste del que tiene malas experiencias. El radio con auriculares de los chinos lo da todo, sahuma barullo y jaleo entorno a ellos dos y a los que se les cruzan, ensucia sin reparo el sopor de una siesta larga. Los viandantes que se les encuentran, les miran, y ellos callan sin ver nada, ambos tienen en esos momentos mirada de resaca, de día de fiesta infinito, y les envuelve un halo histérico, y herciano. De cuando en cuando, se oye el quiquiriquí paroxístico de un periodista forofo rasgar el runrún monótono de otro vocero, al narrar un saque de centro --¡Gol,gol, goooooool en Los Pajaritos!--.
Sólo se extingue el sonsonete si se le agotan las pilas a su último regalo de cumpleaños, o si le dice enfurruñada Yénifer --¡Gordo, atiende un rato, que te tengo que dicil una
coza!--. Estos paseos son, impepinablemente, con paraíta en el borde exterior del barrio, allí se chutan un cortado con aguacero de anís La Castellana, y son siempre los domingo y festivos, no lo concibe de otro modo. Tan inexorablemente dominicales son los tiros al palo radiados como lo es el sacrosanto polvete de los sábados, de libre designación le queda, fijar la hora del coito; ya sea de mañana, tarde o noche, aunque está condicionado a que tenga entre manos algún chapú, a que el Sevilla tenga partido sabatino o a que haya, un poné, Igualá o cualquier otra mandanga en la Hermandad, circunstancias todas que alteran el guión del día. Bueno, seamos sinceros hasta la crueldad que rige la realidad, lo más determinante, con creces, es que a la señora le pete, y san se acabó, lo demás son ganas de enredar. Este encuentro con la parienta se lo patrocina, a pachas: Áridos y Cascotes La Tremenda, Lechada de Pegolandia y Cementos Climax S.A. Estas empresas son las productoras de los frutos maduros que suele encontrar en su polvero de            
confianza, Polvero La Cárcel que está ubicado cerca de su casa, escondido en el intestino delgado del viario de Nervión Bajo.
Allí le fían material, y el IVA, es un desconocido mal del que se ha oído hablar sobre todo en El Parte o cuando te toca contraer nupcias con tu hipoteca.

Nemodías de Enmedio.                                                   Sevilla, enero de 2.018.  


jueves, 11 de enero de 2018

11 lugares para ver y un amor de cafetera.




Luz de invierno.
(Valle del Jerte. Cáceres).




Río Jerte.



Tarifa (Cádiz).




Garganta Las Nogaleas.
(Navaconcejo.Cáceres).




Luces del alba.
(El Gastor. Cádiz).




Sol, tierra, agua y la idea de cielo.
Sierra de Grazalema, Cádiz.




Curiosa ventana al Atlántico.
Caños de Meca (Cádiz).




Pasado tapiado.
Alcázar de Sevilla.




Bodegón: Amor de porcelana y cafetera.
(Lugar: En un rincón de mi Galaxia).




Tengo dudas con el título ¡Hazlo tú, listo!
>Endoesqueleto de un chopo
(Descriptivo).
>Excrecencia fatua de rivera.
(Alegórico).
>Arboladura sin cobertura.
(Jerga de un Técnico Agrónomo
 con ínfulas).
>Árbol maldito por El Mal de Ícaro.
(Clásico—Mitológico).
>Enhiesto penacho que silba al viento
 su desgracia.
(Poético).




Cabo de Trafalgar.




Embocadura del Desfiladero de los Gaitanes. (Caminito del Rey).
Álora, Antequera y Ardales en Málaga.




Fotografías: Markus Lieben.
Pies de las fotos: Nemoender Tosstom.













martes, 2 de enero de 2018

5 de Abril de 1.976.




5 de Abril de 1.976.



Amanece una fría mañana de primeros de Abril, el lucero del alba parpadea aterido, y la luz del alba recorta el perfil de una sierra umbría con mellas pétreas, dibujadas hace milenios por fuerzas telúricas. Atlas terrenal memorizado a fuerza de generaciones por lugareños plantados allí por sus ancestros, desde su nacimiento hasta el ocaso de sus vidas y que no conocen otro horizonte. Ni puta falta que les hace. Los paisanos, a esa temprana hora se abrigan con un humeante tazón de achicoria con leche que migan con pan de ayer.

Es el Barrio de Abajo donde más volutas de humo se ven elevarse de las chimeneas  hasta perder su forma y mezclase etéreamente con la neblina de la aurora, esa atmósfera, se percibe estanca, en suspenso, pesada, con olor a leña de roble quemada y chicharrones recién fritos en manteca de cerdo, listos para llenar la panza de las fiambreras, que luego, a media mañana, en los pliegues de la sierra, al sol, será el combustible de los afanosos agricultores en sus hercúleas labores.  Aquí y ahora, hormiguean ya la mayoría de los vecinos, laboriosamente, bajo los tejados de sus Casas Baratas, cada uno en idéntico laberinto de estancias y pasillos, por obra y gracia del Instituto Nacional de la Vivienda. Son faunos de yunta y angarilla, son Princesas de las Trébedes, musas de mandil y zapatillas de guata que trajinan de sol a sol, de luna a luna, unos declinan surcos de tierra húmeda en la labor de primavera, y otras, despejan cacharros e incognitas en la ecuación del día: es la faena, los oficios. Sobre ellos, las tejas de barro bermejo que les cobijan visten la gala de una helada cenicienta.

En una alcoba, de las tres con que cuenta cada una de las siamesas viviendas de VPO con su yugo y sus flechas, bullen y se acurrucan bajo mantas Mora los pucheros de la respiración de dos hermanos, comparten cama, y se hacen un ovillo cada uno en su lado del lecho, orientándose cada cual a su punto cardinal (Levante y Poniente), sueñan los dos que es sábado o que pueden dormir hasta el mediodía porque tienen algo de fiebre. Despertados con caricias y un beso maternal, se desperezan. Rápidamente, ambos, se aparejan la muda del día, doblada y dispuesta sobre el cabecero de forja. Es ropa crecedera, con dobladillos extendidos y gastados, ya sin doblez, rodilleras en las perneras de los pantalones y jerséis que lucen zurcidos discretos en las coderas, son la heredad forzosa de algún primo mayor, no de todos.

Las manos tersas y templadas de su madre asean sus legañas, les bautizan y luego aran sus cabellos, dibujándoles dos rayas anchas y blancas. Mientras, la palangana hace vahos mañaneros sobre la cama.

Después, los dos niños se abrazan a su tazón leche con cacao y mojan galletas María. Las primeras palabras infantiles son monosílabos con frenillo y timbre de monaguillo. Avíos a la cartera escolar: plumier, libros, cuadernos de alambre y el oloroso bocadillo de chorizo para el recreo, envuelto en papel de periódico. Es chacina de la última matanza, que tierna se orea y cura en el altillo, al aliento del viento del norte.

Caminan despreocupados a la Escuela. La madre coge con la diestra la mano del mayor, y con la izquierda la de una niña con dos coletas, como de cinco años, y al hermano mediano le aprieta con fuerza su mano, el hermano mayor, forman una cadena con eslabones forjados sobre las brasas de un mismo hogar. Al mismo tiempo que ellos cruzan la descarnada carretera, llena de parches de caminero, carraspea la caja de cambios de un cuatro latas que anda al paso carretera abajo. Y en una de las calles laterales que encierra el recinto escolar, una piara de cabras atufa de aroma montuno el instante y siembran de cagarrutas la faz limpia del cemento que cubre, desde hace bien poco, el secular empedrado de rollos del viario del pueblo: actuaciones frenéticas de un plan de saneamiento en manos un alcalde constructor.
  
Ronca de fondo el caudal impetuoso del río, y en su avenida arrastra despojos de un otoño antiguo, de un invierno fiero, en sus orillas apila maleza vegetal, ramas arrancadas a robles, castaños, cerezos, olivos, además de zarzas, helechos y basura desgarrada de plástico. En toda la largura del río, curso abajo, le escoltan una galería fiel de alisos. Discurre cristalino y frío el raudal que asea pulcramente su cauce y aliviaderos. Desde siempre dibuja su cuenca y desborda de vez en cuando las costuras de un invierno lluvioso y de una primavera que llega con retraso.

Suena el fatídico timbre que anuncia el inicio de las clases. Aluvión de chiquillos con flequillo y niñas con lazos de cintas en el pelo corren en todas direcciones, busca cada uno su clase, su pupitre, sus compañeros, su Seño. Y sin más, a esa hora el sol ya colorea de luz el inmenso telón de fondo de la sierra solana, donde se señala puntillista, el verde de los olivos sobre el fondo todavía marrón y ocre de la tierra. Tramoya vegetal de una estación.

Doña Paquita recibe a sus alumnos a portagayola, vestida de luces de domingo junto al entarimado que eleva su mesa, menuda y empaquetada en un grueso traje de invierno junta sus pies del 35, y se balancea adelante y atrás sobre el medio tacón de sus zapatos con hebilla dorada. Manos ensortijadas que frota sin descanso, tintinean las cuentas y abalorios de sus pulseras al girar sus manos. Nos sonríe a todos al entrar al aula. Recién salida del taller de chapa y pintura de su tocador luce sus labios rojos, coloretes falsos de invierno, sombra de ojos azul y mueve sin pereza sus ojos de gata escaldada. La coronan un peinado con permanente y dos flus de laca, y entorno a ella un halo cosmético a polvos mágicos, jazmín y lila. Tiene estampa de maestra de ciudad que cocina arroz brillante.

En la pizarra, la fecha del día, escrita con la letra pulcra y redondilla de la profesora: 5 de Abril de 1.976. Sentados todos los niños, ella cierra la puerta.
--¡Buenos días, niños!
--¡Buenos días, Señoritaaaa!—responde con tono de tabla de multiplicar, a coro, la clase
entera--.
--Coged primero vuestro cuaderno de lengua—continúa de carrerilla la maestra—vamos a ver los deberes de ayer, la redacción que os mandé sobre un amigo vuestro. Vamos a leer algunas, y luego mientras hacéis un análisis morfológico, os las corrijo. Bien. Tú, Ernesto lee la tuya.


Nemogoroff-17.




3 de Abril de 1.976.


Fotografía: Markus Lieben.