El Crúo tiene cara de puerta con
gatera, y él no es de ir a tontas y a locas como la Sina, no, es más de Bruce
Lee. Recuerda como si fuera ayer, siendo chaval, salir del cine Alfarería, o
del Avenida, acompañado del Carapapa, de Pepe Botella y de aquél chaval ¿cómo
se llamaba? Lolo, eso es, Lolo El Lobo, los cuatro lanzaban ¡iuú! a diestro y
siniestro junto con patadas acrobáticas de karateka y aspavientos de brazos, en
plan molinos de viento. Acababan de ver Operación Dragón o Furia Oriental, que
da igual, con la lengua como una suela de alpargata después de comerse una
bolsa de pipas Churruca por cabeza, mientras, veían en el pantallón a Bruce dar
mamporros a un ejército de chinos que volaban como mosquitos hasta estamparse,
en una tapia, en un pilón o caer abatidos como peleles sobre un biombo de bambú
como consecuencia de su “Golpe de Una Pulgada”. ¡Qué inyección de adrenalina
les daban aquellas películas! Salían como becerros de chiqueros, embestían a
patadas contra canalones, bolsas de basura volanderas, puertas cerradas, alguna
papelera, saltaban bancos de madera como chinos de california. ¡Iuuú! ¡Iaá!
Recuerda también, ya estando con Sina
en casa, hará diez años, lo que le impactó ver al karateka de su infancia en un
anuncio televisivo de BMW decir aquella frase filosófica: “Be water, my friend”,
la repitió una y otra vez durante todo el día hasta quedar dormido, temeroso de
que al día siguiente se le hubiera olvidado. Al día siguiente, se dejó caer por
el Colegio Cristo Rey, a eso de la hora de salida del mediodía, para por
casualidad, abordar a su sobrino Luisito. Le estampó a destiempo un beso. Le
abrió la manita sudorosa donde le dejó una moneda de dos euros, y se la cerró él
mismo. El chiquillo se quedó en pausa, esperando a que alguien le diera a la
tecla con el triángulo o rebobinara para entender.
De vuelta a casa, se saltó ese día la
homilía en El Empujón, repitió como un salmorejo de su suegra: Sé agua, mi
amigo, lo menos doscientas veces. Aquello quería decir algo. Seguro. Le dio
vueltas durante unos días y sacó unas Conclusiones Encrudecidas: primero, que
Bruce, en el anuncio, tenía el color de los recuerdos lejanos (blanco y negro),
de los difuntos por siempre jóvenes, de los héroes muertos. Dos, que el chino
recomendaba a su entrevistador, rezumando serenidad, que fuera como el agua
¿Clara? ¿insípida? ¿inodora? --No. Indolora, eso es--. Indolora como lo es para
las piedras que se ven pulidas y redondeadas por ella sin más que dejarse
acariciar por su fluir. --Así es—Se ha de seguir la corriente de días de la
vida sin nadar contracorriente, dejar que el río de tu existencia fluya desde
el venero de tu madre, seguir el curso del cauce con fatalidad tranquilizadora.
Al principio, por las tierras altas de la infancia donde el agua pura, recién
parida por la tierra, salva desniveles con saltos de imaginación; luego, entre
farallones vertiginosos, por los cañones y hoces abisales de juventud, con
gusto por lo repentino, lo inesperado, lo arriesgado, lo peligroso; más tarde
remansarse y dejarse atrapar en algún remolino de la adultez, conocer el lecho
de tus decisiones, los errores, todos los rincones del curso medio, sentir que inexorablemente,
el río, orilla lo que no le es propio, lo vencido, lo pasado, los yerros, lo
muerto; para en última instancia continuar, sentir la suavidad de la pendiente,
y llegada la llanura, agostarse lentamente en los meandros sinuosos, dejarse
empujar a las marismas donde se acorrala, retarda y recrea la vida. Rodear
islas de recuerdos, antes de conocer, vislumbrar, la desembocadura de tu
existencia, la senectud, y finalmente dejarse ir a la mar. Notar la solemnidad
del momento, sumergido en la marina turquesa de tu continente, ser contenido, empujado
al abismo oscuro del fondo marino, donde hasta tú te olvidas de ti. Es el
final, el olvido intemporal e infinito donde generaciones, millones de
ancestros ya no son si no recuerdos de los vivos.
Por estos derroteros meníngeos llega
Manuel Guijarro Siles al Taoísmo de Exportación. Tienta como un ciego el
Principio de la Acción Natural No Forzada o Wu Wei. Ahora lo atisba más claro
que nunca. Después de este episodio reflexivo, su discurso vital es discurrir,
no forzar, no hacer mientras pueda, dejar que los acontecimientos se sucedan
naturalmente, y con esa actitud laxa alcanzar los hitos de su existencia, si
los hubiera, sin esfuerzo, sin el artificio tramposo de las metas personales.
Cosas de pensar.
Cerca del final.
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