De su existencia no quedará
constancia en ningún anal de ilustres, seguro, tan seguro como que a él, eso,
le importa un carajo. Él es un don nadie y a mucha honra. Un anónimo que vive
al borde del camino de su propia vida. Un individuo. Se considera a sí mismo un
Miranda, me explico que os perdéis: Una de sus frases ante la interpelación de
que qué hace, por ejemplo frente a una zanja abierta en la calle, suele ser un
ambiguo—¡Aquí, de Miranda!—que suele acompañar de un arqueo de cejas o de un
ligero manoteo, según cotice en Bolsa esa semana el ademán histriónico. ¿Qué
significa? pues que él es un observador, un científico de la rutina, un teórico
de la vacuidad, del vacío que crece entre la costumbres del pueblo y las horas
a fondo perdido. No sé, no sé si ha servido de algo la glosa. Por tu cara, creo
que nanay.
Se sabe un parásito: habita un piso
de Protección Oficial con Renta Antigua. Viaja de gañote, cada año, a la Residencia
Vacacional que la Junta tiene en Matalascañas, a bordo de El Torero que toque, allí se pasea en bañador, camisa
y alpargatas de esparto durante quince días lo menos, más que por él, por Sina,
que le alimenta el trasteo diario a la playa, el chiringuito, la tortilla, los
filetes empanados, la sandía, el cofre preñado de las cervezas y fantas de
litro y medio marca “La Cabra”, pero sobre todo, lo que pirra a la jefa es, el
chirigoteo diario y encarnizado de sus comadres de arena, que juntas, bajo los
girasoles de las sombrillas, despellejan a cualquiera mejor que un pielero, sin
necesidad de emplear el cuchillo que usan para trinchar a media tarde un melón piel de sapo.
Utiliza el corrillo de focas, picardías para condimentar su conversación, el
manoteo para ahorrar palabras, la risa de gallinero para aliviarse de las
ridiculeces de sus propios maridos, y el tinto de verano como si fuera agua de
Lourdes (Esos días las analgilasas, dolotiles, dolalgiales, Ibuprofenos y
paracetamoles los sustituyen por almaxes u omeprazoles de ración, y ya está).
En realidad, si no fuera por la
sombrilla XL (retribución en especie de su banco cabrón), las noches más tibias
que en casa y la camarilla de media tarde para echar la partida de mus, a él no le
compensa, pero a base de años no digamos que le gusta pero al menos se ha
acostumbrado. Domesticación marital esta que te impele, sin demanda, a
encargarte de tirar la basura, sacar al perro o arreglar la jaula del canario
(según la casuística de cada cual), poner la mesa, levantar el asiento del
retrete, arreglar lo que no sabes arreglar, colgar un cuadro, hacer los
recados, escuchar sin oír asintiendo con cinismo de andar por casa, tragarte
los 567 capítulos del novelón ñoño y triste de por las tardes sin que se te
escape un suspiro, y menos un ¡me cago en Dios! Y todo, so pena de quedarte a
dos velas de melva y sin queso de tetilla de postre hasta que cancele tu falta
de “sensibilidad” (enmohecido por la indiferencia que crece en las paredes de
casa por la humedad de lágrimas plañideras y mohínes leporinos), o bien, durante
el tiempo que dictamine la mandamás. Plazos en cualquier caso veleidosos y
volubles, según ande la cosa. ¡Qué le voy a contar yo al voluntarioso lector!
Cosas que sofocan úteros y apagan
fuegos de pareja, cosas del género.
Nemosson-17.
No sé, no sé si continuar.
Yes please...
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