El Crúo se sulfura con facilidad, en
cuanto algo, o peor alguien, hace descarrilar su rutina de cafelito, su tostá
sacramentada (aceite y jamón mediante) que se celebra diariamente con su señora,
en Cá Frasco. Luego vuelta al ruedo de la Plazuela de Santa Ana a comprar el
Marca o el Estadio Deportivo, según tercie. Mientras, Sina arrastra los pies y
el dos ejes, el remolque del carrito de la compra camino del Mercado de Triana.
Diligenciado el hueco de la mañana
entre darse un voltio, el mandao reglamentario y alguna charla siempre corta y
con capote de paseo con los figurantes del barrio, se acerca al Empujón, que es
la República del Serrín los días de lluvia y en verano, pues un parque eólico
sin moscas. Allí, se arrima a la mesa que da a la ventana, y entre todos los
tertulianos y José el camarero arreglan el Betis (aunque todos saben que no
tiene arreglo). Paladea unos vinos de la casa, con altramuces o arvellanitas,
esto queda al arbitrio del cantinero José, y escucha, atento o ido, las
interpelaciones, dúplicas, réplicas, enmiendas y soliloquios de los miembros
heterogéneos y pedestres que forman la Cámara de Peloteros del Empujón. Más
tarde, envarado y encendido por los taninos, se deja ir a la hora del almuerzo
a casa, sólo oír los clarines de cambio de tercio en el campanario de Santa Ana.
Puchero. Siesta de telenovela y si hay que dar lo suyo a la Sina pues… para eso
está de guardia localizada este año. Arreglar la jaula de Gorgorito. Se da un
trote sin diapasón en su quejumbroso sillón mecedora. Penumbra y zumbido de
ventilador. Al atardecer, descabalgado del balancín, rompen filas. Cese de
costuras y tertulias radiofónicas. Se avían, él y su señora, y a la puta calle
con capote de brega. A partir de aquí el abanico de posibilidades se concreta
en acudir a algún velador acompañados de alguien o ir a Sevilla, a ver. Si hay
plan, pues tapitas por El Arenal o La Alfalfa, que no, pues en Las Golondrinas
les despacha su cuñado El Legía un vinito de pitarra y un par de tapas—¡Marchando
una tapa de Puntas y una de Chipi!—
Entrada la noche, si la expedición
regresa de la ciudad, con el mondadientes entre los labios, El Crúo lleva
colgada de su brazo a Sina, deambulean al paso. Cruzan ambos el río
recreándose, como exiliados. La muleta de la rebeca colgada del hombro, tras el
último tercio. Apoyados en la baranda prisionera por candados juramentados,
gozan la estampa de la ciudad plateada por la luna. Dan la espalda a propósito
a la Torre Pelli, para mirar el cauce ancho y oscuro en su discurrir misterioso
y ancestral hacia el Océano Atlántico y atlántido. El río estaba ahí cuando
alguien de su barrio gritó al ver América --¡Tierra a la vista!—y seguirá allí
cuando ellos se hayan ido. Aguas de fato marino. Destellos de farolas cobrizas y
semáforos nerviosos. Y luego, catre, ventana abierta y ventilador. Dos cuerpos
tendidos en la oscuridad de la noche comban el somier laxo de nudos de acero,
que refuerza una tabla de conglomerado sin doblez ni edad. Más cosas.
Debería seguir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario