viernes, 30 de junio de 2017

Vamos a contar mentiras.

Canción infantil.

«Vamos a contar mentiras».

"Ahora que vamos despacio (bis)
vamos a contar mentiras, tralará,(bis)
vamos contar mentiras.

Por el mar corren las liebres (bis)
por el monte las sardinas, tralará,(bis)
por el monte las sardinas."
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Sardina por el monte de Sangüesa (Navarra).              Markus Lieben.

jueves, 29 de junio de 2017

Doce de tantas.

Casa Roja.


Casa número 1.


Andadero.


Pirineos.


Sombras chinescas.

Ventanas.


                        Hombre de letras.

                                     Jaca.

                             En el camino.

                                     Uno.

                           Tiestos de boda.

      
Símbolo burlón.


Fotografías: Markus Lieben.

miércoles, 21 de junio de 2017

Manuel El Crúo IV. Cosas acrónimas.


                                                                                                                   Cosas acrónimas.


Es pensionista desde la tierna edad de 29 años, hace tela de años. Su vida laboral cabría en uno de sus mondadientes planos: 1 año, dos meses y trece días de panadero en una tahona. En camiseta interior de tirantas y pantalón enharinado, adormilado, escuchaba en el radio al Butanito maldecir a los agarrafarolas. Eran las tantas, vencido, se apoyó sobre la amasadora, creo que soñó que dormía o se ensoñó, pero, entonces, un bicho de la noche (grillo, polilla o vete a saber qué) calló dentro de la artesa, en la masa que masticaba el gancho, y él, automáticamente, metió la mano. Resultado: brazo derecho destrozado y descoyuntado: molienda de huesos con ventitrés fracturas.

Su amigo Máximo Caballo, empoderado suyo, le movió papeles para llenar una imprenta y le consiguió una paguita de minusválido, para complementarla, su novia Sina le enchufó como vendedor auxiliar de la Once. Él veía como un vigía, pero…sin entender nada, se dejó hacer. ¡Trabajar! si no hay más remedio, porque él tiene alma de rentista minimalista. El chalaneo de los cupones lo hacía, la mar de bien, Sina, con su retahíla arrabalera y su sonsonete de bingo.

Tiende a menudo a sufrir Ataques de Bostezos Convulsivos, el ABC tipificado en el Manual de Patologías y Enfermedades del Doctor Caligari, que no terminan hasta que su úvula da la hora en punto del vómito liberador. A este episodio fisiológico le precede invariablemente una sensación de angustia creciente que le retuerce las tripas y una ansiedad que le sofoca y le hace boquear como a un besugo en un albañal, busca aire y lo que desencadena, bien lo sabe él, es una sucesión interminable de bostezos nerviosos.

Su compadre Perfecto (Er T.S. ahora, antes er Practicante) con sorna se lo tiene dicho –Manué, compare, tú lo que tiene e er SIETE, o sea, el Síndrome de Incapacidad Ética Transitoria del Encrudecío, que te provocan episodio de ABS ¡má claro, agua!--. Él, suele alzar las cejas con credulidad bovina y empinar inmediatamente después el codo para tragar el chato de un viaje, por hacer algo, vamos. Ya le ha preguntado mil veces El Crúo que qué es eso y como respuesta suele recibir del compare Perfe un –No es ná grave, tú relájate y no pienses en ná, que se quita solo--.


Por cierto, no pensar en nada es de las cosas que mejor se le dan. Esa terapia la borda. Es un maestro 5º Dan del Nihilismo de Barrio, ya lo creo. Entre hacer y pensar, prefiere el Amago Metodológico como Camino de Perfección. A veces, ha llegado a amagar con un pensamiento abortado que le ahorra hasta el intento mecánico de actuar, con lo que su Inhibición Virtuosa sale reforzada y perfeccionada. Muestra al mundo una estampa regia e hierática, distinguida e imperturbable, digna de un Modelo Social Imperecedero de Referencia, un MSIR con valor ecuménico. Ya lo he dicho. Cosas acrónimas.

                                                                                                                                 ¿Continuará?
Nemotchenko-17.

miércoles, 14 de junio de 2017

Manuel El Crúo III. Rutinas.




El Crúo se sulfura con facilidad, en cuanto algo, o peor alguien, hace descarrilar su rutina de cafelito, su tostá sacramentada (aceite y jamón mediante) que se celebra diariamente con su señora, en Cá Frasco. Luego vuelta al ruedo de la Plazuela de Santa Ana a comprar el Marca o el Estadio Deportivo, según tercie. Mientras, Sina arrastra los pies y el dos ejes, el remolque del carrito de la compra camino del Mercado de Triana.

Diligenciado el hueco de la mañana entre darse un voltio, el mandao reglamentario y alguna charla siempre corta y con capote de paseo con los figurantes del barrio, se acerca al Empujón, que es la República del Serrín los días de lluvia y en verano, pues un parque eólico sin moscas. Allí, se arrima a la mesa que da a la ventana, y entre todos los tertulianos y José el camarero arreglan el Betis (aunque todos saben que no tiene arreglo). Paladea unos vinos de la casa, con altramuces o arvellanitas, esto queda al arbitrio del cantinero José, y escucha, atento o ido, las interpelaciones, dúplicas, réplicas, enmiendas y soliloquios de los miembros heterogéneos y pedestres que forman la Cámara de Peloteros del Empujón. Más tarde, envarado y encendido por los taninos, se deja ir a la hora del almuerzo a casa, sólo oír los clarines de cambio de tercio en el campanario de Santa Ana. Puchero. Siesta de telenovela y si hay que dar lo suyo a la Sina pues… para eso está de guardia localizada este año. Arreglar la jaula de Gorgorito. Se da un trote sin diapasón en su quejumbroso sillón mecedora. Penumbra y zumbido de ventilador. Al atardecer, descabalgado del balancín, rompen filas. Cese de costuras y tertulias radiofónicas. Se avían, él y su señora, y a la puta calle con capote de brega. A partir de aquí el abanico de posibilidades se concreta en acudir a algún velador acompañados de alguien o ir a Sevilla, a ver. Si hay plan, pues tapitas por El Arenal o La Alfalfa, que no, pues en Las Golondrinas les despacha su cuñado El Legía un vinito de pitarra y un par de tapas—¡Marchando una tapa de Puntas y una de Chipi!—

Entrada la noche, si la expedición regresa de la ciudad, con el mondadientes entre los labios, El Crúo lleva colgada de su brazo a Sina, deambulean al paso. Cruzan ambos el río recreándose, como exiliados. La muleta de la rebeca colgada del hombro, tras el último tercio. Apoyados en la baranda prisionera por candados juramentados, gozan la estampa de la ciudad plateada por la luna. Dan la espalda a propósito a la Torre Pelli, para mirar el cauce ancho y oscuro en su discurrir misterioso y ancestral hacia el Océano Atlántico y atlántido. El río estaba ahí cuando alguien de su barrio gritó al ver América --¡Tierra a la vista!—y seguirá allí cuando ellos se hayan ido. Aguas de fato marino. Destellos de farolas cobrizas y semáforos nerviosos. Y luego, catre, ventana abierta y ventilador. Dos cuerpos tendidos en la oscuridad de la noche comban el somier laxo de nudos de acero, que refuerza una tabla de conglomerado sin doblez ni edad. Más cosas.
                                                                                                                                   Debería seguir.
McNemoss.