domingo, 21 de febrero de 2021

¡Maíta, tengo gana de partil argo! --Plática de entrevías--.


--¡Maíta, tengo gana de partil argo!
--Iladio, tieg que dejal de lier a Kierkegaard y a Nietzsche, ca día estag raruco. Mira tu henmano Zatu, no zale del hedonizmo de Epicuro y der utilitarizmo de Mills y le va de merendilla, si hasta s'ha jecho Jué de Pá de Villavieja y Vocar Zónico de la Jonda & Escura Minilla Zia con tarjeta pa pagal tó.
Amo a vel, chiquillo, empiesa con Mills, verag que lo que ez güeno pa toz, e güeno pa ti y ensima ze te quita eza cara de vinagre de barril --Continúa la Ma por la vereda--.
Amás, el ramalazo de subjitividad funezta que tú tieé la perderíah zi por fin te abandonarah al folleteo como tu henmano Benitín, y no, ahí dándole al bolindre to er zanto día. ¡Qué jartible ereg hijo mío! ¡A tu defunto padre -que en descanze- tinía que salil!
--Ya, si tié usted razón, maíta, pero eg que ensima zoy de zexualidá confuza, de apetensia rimota y rebuscá, y fetichita contumá, pol zupuesto. ¡Si e que...ma...no ze me empina mág que en loh velorios, úrtima voluntade y en los puestoh de ropa interio de los mercadilloh de loh pueblog. Mihmamente, el otro día, en er mercadillo de Villaverde, me queé como alelao ar miral un maniquí hermafrodita, mitá hombre, mitá mujé que tinía zostén y gayumbos a la mínma . Abobao me queé...¡No zé qué me paza, carajo!
--Amog a vel, criatura, mañana te vag a dil ar Colore con tu henmano Zatu, yo oz pago er alivio que a él tamién l'hase farta. Preguntáis por mi comadre Pastora o por Mateo er cuerno, y le deciz de mi parte que os empresten dog guayabah con vocación, ná de necesitás ni rusaz amargás de la vida ¿Me entiendeg cara peine? ¡Y qué no me enteré yo aluego que os escapaiz en zu lugá ar partido der Beti de ezo. ¡Eztoy jartita!.
¡Niño! ¡Benitín, ven acá p' acá!, mira, coge la fregoneta, te llevag a llevá a tu henmano Iladio ar bingo de Brene. Que ze eche uno cartone y ze tome unog copazoh, y zi jay arguna tieza allí, con ardentía y gana de ponelle log cuelnog ar cabrón de zu marío -que ziempre jay-, pos le diceh que tú no polque t'an operao der manubrio, pero que ézte , y que pa gloria eg muo, y con toa la virtú, no , habíatelas. ¡Y a vel!
¡Y ya s'ha acabao tó, coña! Chitón tó quisqui. Amoh a la caza.

La estación de trenes de Villavieja está solitaria normalmente todo el día y habitualmente,  trescientos sesenta y cinco días al año. Cuatro trenes diarios pasan de largo, o hacen estación de penitencia allí cuando les toca. Casi nadie viaja a ningún sitio en aquellos pagos, y el pueblo, menguante, va camino de dejar de serlo por abandono de su gente como un Macondo de las Minas. Desangelado y anémico de vida, agoniza tras la desbandada que produjo el cierre de la maldita mina. Tal para cual, la estación y el pueblo. Es un binomio recesivo.

Cuando los dos caminantes, Breogantino y Nemosio, el uno de Oestia el otro de Verdeo,
--que no de Almazara-- llegan al apeadero no hay ni Dios. Sorpresa hubiera sido lo contrario. Ni viajeros, ni taquilleros, sólo una máquina expendedora de refrescos guiña un ojo de luz roja a los caminadores. Comprueban, a ocho ojos --ambos llevan gafas-- el horario del tren en un anaquel vidriado con lágrimas de óxido. Confirmado. Faltan veinte minutos para que llegue el tren de las 18,23 horas. Mientras se arrellanan en el solitario andén suena por los altavoces una grabación con una retahíla de recomendaciones para sus cuatro oídos --dos por cabeza--.

Al final del apeadero, justo en el lugar donde empiezan las viviendas de los antiguos ferroviarios, hay un grupo de gitanos de palique y puestos al sol de enero.

Sentada en una silla de enea está una gitana reinona luce su pijama de reglamento y sobre él, una bata de pelo sintético al viento céfiro, en los pies, calcetines altos de algodón con la bandera gabacha que abraza las perneras del pantalón, lleva babuchas con borreguito en el interior y estampado de mantel de los McGredy en su epidermis, --così cosà--; a la buena mujer la rodean los que parecen ser su prole, la dimanancia de sus ancestros: una treintañera con seis caries, tres mellas, dos fundas y tres churumbeles, una adolescente neumática, preparada y lista para desfilar por el Bulevar de las Chonis en el Polígono Industrial Carretera Amarilla, ambas sentadas en la solería del andén con despatarre pernil que viola unos cuarenta y cinco grados entre pierna y pierna, las Normas Posturales de la Mojigatería, Ítem Inglés. Hay, además, dos veinteañeros varones, discípulos dignos de la Escuela Cínica de Il Dolce far niente, Octava Asamblea, Primera Manípula, Primero Derecha y Entrepierna.
Quería decirles, sin embargo, que uno es bravo y el otro, convulso, confuso e ignífugo por no tildarle directamente de manso, y ambos, visten de calle, ¡de aquélla manera! Los dos guardan sus manos en los bolsillos --exigencias del guionista que abajo firma-- de faltriqueras que son hondas como pozos ciegos perforados en pantalones de tergal marca La Cabra, por supuesto. Conversan animadamente todos, bueno, unas más que otros, pero eso ya lo suponías tú, claro.
Nemosio, forajido con más de treinta años tras verjas, rejas, alambradas, muros, puertas, zanjas, olvido y mierda en el archipiélago que constituyen las Inclusas del Monipodio de Iberia --allí donde la vida contemplativa es el camino de ablación mental-- es, por lo demás, uno de los forasteros andantes que aguardan el tren de las 18,23, y coge, al vuelo, el hilo de la conversación del grupo, principio y fin de este episodio tan falto de valor como tendencioso.
--¡Maíta, tengo gana de partil argo!

Nemo.


Texto: "Maíta, tengo gana de partil argo"
            --Plática de entrevías-- de Nemo.
Dibujo: "Estación de tren", de Nemo.
Leer en bucle: Recomendación patrocinada por Rnesttatta Hammatta-Hammatta Inc.


Cuadro de personajes:

Iladio.
Eladio, hijo de su madre, agonías o tío poblemah.
Zatu.
Saturio, primogénito, un vivalavirgen.
Maíta.
Madre, matriarca, factótum de su grey. Ma. 
Benitín.
Benito, proveedor de alimentos. Se dedica a la merca ambulante y a conculcar con denuedo el Sexto Mandamiento.
Zuzana.
Susana, donante de dientes y la más ponedora de este corral.
Chica o la chica.
Dalila, adolescente ya con tijera, que teje y zurce en su Ítaca serrana mientras llega un Ulises con furgoneta o un Sansón con melena.

Nemo.


Fe de erratas. Le tengo mucha fe a las erratas porque ellas cuentan de mí lo que yo no sé.

Nemo.


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