viernes, 13 de abril de 2018

Juan Belmonte.




Mira El pasmo de Triana el redondel de La Maestranza con iris de bronce. Allí debió morir hace tiempo y no se lo perdona.
--¡Cómo mi amigo Joselito supo morir sobre el albero, al tantaratán de un bicharraco bailador, y yo, declino senectud con babas de impotencia¡--.
A las cinco de la tarde el Maestro bebe cuchillas en los versos de Federico. La Elegía por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía hiela su alma. Templa el dolo lentamente, la pulsión necandi, como sólo él sabe. Y se arrima desde el Altozano a la orilla del Guadalquivir para ver el baldío abismo de días que se lleva la corriente, lapsos vanos de grana y oro. Sus entrañas le dan media verónica a La Giralda, y altanera ella tañe campanas de difuntos.
El crepúsculo alumbra saguina en poniente, y entre dos luces, Belmonte afila con dos dedos su mentón, mascarón de proa de un pecio hundido. Se mira despacio en el Zuloaga que cuelga en la pared: faraónico, profundo, tremendo. Pistola en mano quiere firmar una sentencia escrita con su coleta. Última faena. Taladra un estruendo de pólvora su sesera, por encima de la oreja. Volapié de plomo que cambia la suerte.
Timbales y clarines de muerte para la cuadrilla de sirvientes en la Finca Cardeña. Esquela y paso doble. Página en blanco de la memoria. Mausoleo habitado por su muerto, dentro del ataúd y a sus pies, una maleta de cartón llena de libros que ciegos, amarillean.
8 Abril de 1.962.



  Foto: Markus Lieben.
  Texto: Nemosselasi.

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