Lolo Romerías. A contramano.
Príncipe de Las Angosturas del Perineo.
Lolo
Romerías dice cosas que tú, al escucharlas, te sonríes por lo menos. Recuerdo
con deleite nostálgico su glorioso –“ ¿Yo? ¡Yo soy polaca, porque tengo el coño
atrás, como las vacas!--“. En su afán vital de reconocimiento propio, de
búsqueda de identidad y sobrada de sí misma, solía definirse con una pizca de
irreverencia irónica como la “mujer-planeta” –Y lo decía jugueteando con las
manos—el interlocutor se quedaba a cuadros, (normal me parece a mí), y no podía
por menos que preguntarle extrañado --¿Por qué, Lola?—y ella le espetaba con
descaro –Porque tengo polla y tetas—y se lo escupía al rostro sin despejar del
mameluco en turno de guardia. Burlas de niña mala. Al mismo tiempo que suelta
el requiebro, normalmente, juega con el desdén recién abierto en las palmas de
sus huesudas manos, tal que un prestidigitador de esos del Circo del Sol,
después, aletea con las manoplas como un ladrón de peras, y así se envuelve
toda ella en un aire de geisa con dos sakes y gol entre las piernas. Ahí hay
rima ¡coño!
Su nombre de
guerra lo gasta desde su época de Romero del Rocío y olé. Y lo hacía
lúbricamente, sin fricción en sus piezas nobles, amortizados ya todos los
Pentecostés peripatéticos que tenía ahorrados para esta vida. La realidad, lo
que reza su deenei, era: Manuel Romero Pamplina, nacido hace tela de años, justo
el año que el Capitán Tan y Valentina tuvieron un lío de cojones, y por
despecho (eso dijo el bla, bla, bla), uno de los hermanos Malasombra, el más
feo, le rompió al militar catódico la cara, a mano abierta, se podría decir que
digitalmente le hizo un volcado, a juzgar por la pota biliosa y con presas que
le vació el estómago al milico, rodeado de penumbra y cascotes quedó, en un
descampado cerca de Prado del Rey, Madrid.
El
alumbramiento de semejante ser humano se produjo entre sábanas almidonadas, en
la cama prestada de una abuela enlutada, remangada y con siete trienios de
moño. Sí, veréis, le traen al mundo en
una alcoba con palanganero, cómoda y baúl con ajuar hecho. Una silla vacía, de
madera de olmo y cuero repujado, al pie del estrecho balcón, espera la resurrección del difunto
abuelo, y al mismo tiempo coge polvo, mas polvo volandero. A la luz de una
bombilla de 125 que le daba tono sepia a todo se oyen órdenes de la abuela, y lamentos,
gritos y esfuerzos de la parturienta. La escena amarillea por la luz mortecina
del bombillo, que fija en la memoria de los presentes, con nitrato de plata de
lo días señalados, este daguerrotipo de antes de la guerra. La partera incluso
tiene trazos en negro, de grabado del siglo XIX, además de perfil de bruja de
cuento de Charles Perraut, aunque en este cuento se echa en falta el
gentilhombre que siempre se despacha guapo, noble y rico en la fábulas
infantiles, y nos sobran un par de sapos sin maldición pero malditos per se. Ya
se verá.
La casa
donde tienen a bien nacerle es una más del racimo agostado de viviendas que
forman un pueblo hundido en lo más hondo de un valle, tan angosto es, que
parece un desfiladero de indios Sioux de las películas de vaqueros. Allí ve sus
primeras calles empedradas Manolo. La aldea está cercada por montañas en todos
los puntos cardinales, menos por uno, el río, que iracundo en invierno, solía
llevarse, corriente abajo, todo lo que a él se tiraba, que en aquella época era
casi todo. Una camada de gatos recién paridos y no deseados maúllan
desesperados dentro de un saco de harina atado fuertemente con cuerda de
esparto; dan trompazos contra las rocas corriente abajo hasta ahogarse en el
fondo arenoso de un remanso, a cubierto de la mirada dura del paisano gaticida.
Quizá engulla el río también, las cenizas gastadas de los braseros de picón de
encina del día anterior a cualquier día de la semana, consumidos en noches que
empezaban por la tarde, antes incluso de anochecer, o tal vez la bicicleta
lisiada de un niño muerto. He dicho que la corriente se llevaba todo porque lo
que no, es que descansaba ya sepulto en el camposanto, cerca del abuelo Marcial
que en paz descanse.
Provincia de
Huelva. Hijo de Blas y de Sotera. Y cuyo domicilio actual es curiosamente la
Residencia El Romeral. ¡Hay que joderse! esto justo fue lo que dijo ella, él, cuando
los asistentes sociales le condujeron a aquel pudridero empujando su silla de
ruedas. Y las trabajadoras sociales le contestaron al unísono “-Verás que aquí
vas a estar bien, Lola-“. Y él tragó saliva, vencido, maltrecho, herido,
entregado, casi maldiciendo estar vivo. Punto.
Nemón de Mangurria-17.
Musas del infortunio,
ResponderEliminarMusas de la vida 👍