jueves, 3 de agosto de 2017

Manuel El Crúo VII. Peregrina historia de un Dondiego de Cuartel.


Un Dondiego de Cuartel. 


Sus sueños están hechos de la materia con los que siempre adornó su nariz infantil, a base de dos velas áuricas de mocos perennes, largadas a barlovento del regaño de sus tías, como también de las rebabas de ferralla que herían sus pies mal calzados en la fragua de su padre, y por supuesto del aliento seco de desierto, aspirado durante su mili africana de reenganchado por no decir que no. Él cree que allí, a las puertas del Sahara se le secó la sesera. Desde entonces, apenas suda cuando otros se cagan, y se caga, sólo, con el café de puchero.

Tal día como hoy, 26 de Julio de hace un año, en plena Velá de Santa Ana, bien temprano, cruzó el río con los primeros rayos de sol coloreando la Torre del Castillo de San Jorge, y por la orilla de Sevilla caminó pegado al río hasta encontrar a su amigo Génesis en su apostadero preferido, le descubrió sin sorpresa: hecho un cuatro, sentado en su silla de playa añosa, gorra de Piensos Purina, mirada licuada de espera infinita, la caña de pescar apunta al misterio del curso de agua, delicadamente, la boya nada, se mece y con ella la cucharilla que pende se insinúa en las aguas sólidas a los cenagosos albures. Gen, no entiende de fiestas, si es miércoles, va a pescar y ya está. El Crúo le dispensa un económico saludo, que es correspondido sin girar la cabeza y con igual carestía de palabras –¡Eh!--.

A Génesis su mujer le dice El Pocapesca ¿por qué será?, pero eso le importa poco. Y al Crúo, en el corrillo de pescadores del que forma parte Gen, le dicen El Pescador de Oídas, porque es verdad que pasa mucho tiempo al lado del Penélope del Sedal sin lanzar nunca una caña. Comparten ambos, juntos, su gusto por el silencio, del que suelen salir por el túnel de tiempo con batallas de hace mucho tiempo. Su lugar predilecto: la mili de ambos. Se cuentan mutuamente batallitas, a Gen le pirra recontar las aventuras de José María El Malaguita. Se ríe para sus adentros sólo recordar sus gestos amanerados y plumíferos. Hoy toca el relato desnudo de algunas noches tórridas, cuenta sin dejar de mirar la punta de caña que descansa anclada –El jodío José María era como un Dondiego—continúa enigmático—verás, al final te lo digo.

--Dice resuelto--Total, que eran días esforzados de maniobras, patrullas, instrucción, imaginarias, órdenes absurdas, uniformes sudados, rancho y algo de grifa –prosigue--. Ocupábamos el Barracón número Cinco una caterva de reclutillas de provincias, un tercio del total eran 10 Julitos (así llamábamos a la leva de membrillos incorporada en pleno mes de Julio). José María al cruzarse con alguno de ellos en la Cantina o donde fuera, sabiendo que era un Julito, les solía preguntar muy serio --¿En qué Barracón estás, corazón?—El interpelado solía responder sin miedo –En el Cinco—y contestaba como un disparo El Malaguita --¡Por el culo te la hinco!-- Después solía haber un respingo del Julito y una carrerita con risa burlona del chistoso.

José María era muy juguetón, quizá porque aquello era como una isla llena de hombres y eso a él le ponía tela. Recuerdo que las duchas eran comunes, era una sala alicatada de azulejos blancos llena de alcachofas a dos metros del suelo, y vaho, tanto, que hacía llorar las paredes, a los espejos le caían unos churretes de agua que les sacaba el azogue en poco tiempo. Allí, todos desnudos, cantábamos, hablábamos o nos enjabonábamos, mientras el agua nos sacaba la roña. Se hizo habitual que José María al acabar su ducha se anudará la toalla a la cintura y parado en el quicio de la puerta y apoyada una mano en el marco (en plan Diva) nos mirara la popa a todos, al tiempo que decía picarón y con tonillo –¡Mantengan señores su culos limpios, son todos tan rebonitos!”—Al principio, se formaba un alboroto de reproches e insultos, luego ya no. Era una de sus gracias.

Cuando a algún soldado le daban unos días de permiso para ir a ver a la novia o a la familia, los demás sabíamos si se lo había trajinado José María, si le escuchábamos decir a éste, un punto despechado, con un mohín en la boca y un giro de cabeza, aquello de --¡Yo no me como babas de ningún chocho, que lo sepas, cañalla!—Todos sonreíamos y el agraciado agachaba la cabeza, cogía el petate verde oliva y salía en silencio del Barracón número Cinco. ¡No se callaba ni debajo del agua el jodío!

A lo que voy –continuó Gen—muchas noches, apagada ya la luz, tumbados todos en las literas, a José María se le ocurría deleitarnos con unos de sus espectáculos, primero había que convencer al Imaginaria del Barracón, que se la jugaba, luego empezaba el espectáculo: José María se dirigía a los aseos, única zona iluminada del barracón y que vertía penumbra al dormitorio corrido, portaba su maletín de la Señorita Pepi y algún atavío estrafalario. Mientras él se preparaba, Jacinto, un vivalavirgen madrilleño, pelón de calabozo, y según dicen, que había trabajado de pinchadiscos en la Sala Rock-Ola, hacía la presentación del show:

¡Señoras y señores! venida desde el Jardín Prohibido del Pecado de La Roca, y haciendo escala en su Gira Mundial en esta Santa Casa, tengo el honor, el placer, el privilegio de presentarles a la más bella flor de ese jardín, al Dondiego de flores blancas y rojas que abre sus pétalos cada noche en un escenario distinto ¡a María José La Pelona, estrella del Music Hall Gribraltereño!. ¡Hoy, aquí, está para ustedes con sus mejores galas, la mejorrrr…..la más grandeee….la mejor dotadaaa….¡MARÍA JOSÉ LA PELONA! Con todos ustedes la Diosa del Hilo Filipino y la Milonga, la del Tango y la leche batida, la del Pasodoble y los huevos a la flamenca, la de la Copla en copa de balón….!¡Con ustedes….LA PELONA!
     
Después de semejante entradilla o parecida, se producía griterío y vítores de entusiasmo. Aquellos que disponíamos de linterna enfocábamos con ella desde nuestras camas a las puerta batientes de ojo de buey del aseo, donde aparecía como una Diosa, María José La Pelona, pintados los labios, los ojos y con la única vestimenta de una sábana bajo la que nada llevaba. Jacinto le daba al Play del radiocasete Sanyo y la música invadía el dormitorio. Se hacía el silencio entre nosotros, y ella caminaba como un pavo real, como una ninfa de Píndaro, danzando contoneos de cine. Después, ahogado el silencio con los primeros acordes, y con una baqueta de uno de la Banda a modo de micrófono nos divertía y entretenía cantando. Solía comenzar con Cabaret, luego igual te erizaba el vello con la de Lili Marleen en español, el punto y aparte era el final de la canción: ………………………………………………………………………..
                 Desde el espacio silencioso
                 desde las entrañas de la tierra
                 me levantan como en un sueño
                 tus labios llenos de amor.
                 Cuando las nieblas
                 nocturnas se arremolinen
                 yo estaré junto a la farola
                 como antes, Lili Marleen
                 como antes, Lili Marleen.


Acostumbraba a cantar un puñado de canciones más, alguna de ABBA, el “Gavilán o Paloma” de Abraira no fallaba, tampoco “Eva María se fue” de Fórmula V y por supuesto “Para que no me olvides” de Lorenzo Santamaría –Se ensueña Gen entornando los ojos y larga carrete—te acuerdas de “El amor de mi vida” de Camilo Sesto, pues también, y al final de “Un ramito de violetas” de Cecilia solía corrérsele el rímel, con ésa o con “Échame a mí la culpa” de Albert Hammond ¡era más teatrera la jodía!-- le dice al Crúo mirándole por primera vez ya algo blandito—bueno, y de Village People, qué sé yo. Lo cierto es que lo pasábamos en grande, y por un rato se nos olvidaba quiénes éramos, y qué hacíamos nosotros allí, en el culo del mundo. Otras veces bailaba en silencio, en tinieblas, sin banda sonora, movía el aire de alcoba cuartelera con el vestido, vamos, con la sábana o el pañuelo, digo. Puedo asegurarte Crúo que yo, nunca, nunca la vi el…ya sabes…el mandao ¡Cuando actuaba no tenía, no sé qué hacía con él!

Tras un silencio suspensivo continúa Gen con la mirada ya pérdida en los recuerdos--Lo pasábamos de miedo, sólo que a veces nos descubrían y arrestaban a todo el barracón, y a ella, la pelaron al cero y la confinaron un par de veces en los calabozos más tiempo que a nosotros. Por eso luego todo el mundo conocía a José María, aunque sólo de noche, como María José La Pelona, el Dondiego del Barracón Cinco. Y gracias que la Ley de Vagos y Maleantes o la de Peligrosidad Social habían muerto en la Transición que si no, le abren un Sumario Militar. Se libró por edad de lobotomías, frenopáticos, baños de agua helada y descargas a 125 vatios en los cataplines. Mimetizó María José, su irreverencia, su caspa, su inocencia, su trasgresión en el ambiente de progresía y desenfreno social que vivimos aquellos años inciertos--.

Crúo, eso es todo por hoy que es fiesta, aclararte y ya está, que un Dondiego es una planta que abre sus flores blancas y rojas sólo por las noches, al amanecer se cierran, así lo decía el vivalavirgen de Jacinto en alguna de sus presentaciones. ¡Ea, creo que ha picado un jodío albur, vamos hazme sitio carajo!

      
Nemosam-17.


miércoles, 2 de agosto de 2017

MINÓRICA MMXVII.


                       
                            Cala Macarella.



                                Ciudatdella.



                                 A poniente.



                              Macarelleta.



                             Desde la cueva.



                           Sin comentario.



                              Los elegidos.



                               Vacío.



                           Vista de un pino.



                              Quitamiedos.


                     Autoretrato de retrete.



                              Atardecer.



                              Cala Tirant.



                            Cala Galdana.



                                Rayones.



                                Monolito.



                          El factor equis.



                              Cala Brut.



                                 Escalera.



                                     Más.



                               Soportales.



                            Cala Blanca.



                           Cala Xoriguer.

              Fotografías: Markus Lieben.