Fue vecina, siendo niña, del conocido como Asesino del Incienso, o
sea de Satur El Loco, que acuñó por entonces, y en la misma jeta de la Señora Magistrada
de lo Penal número tres, una frase terminal, justificativa, filosófica y
condenatoria: “—Señoría, dos no discuten si uno desaparece--” esta sentencia
venía a explicar la conversión de su compinche Juanito El Breva en ceniza, en
polvo de incensario, por un quítame allá ese perico o más bien por su contumaz
alergia, ya que según contó después, --“Me traía por la calle de la amargura el
nota—“y describió más o menos esto: El Breva dispuesto como un escolar aplicado
en un pupitre, provisto de báscula de precisión, papelinas y su montoncillo de
coca, no pudo contener un estornudo que voleó las papelinas abiertas y el
montículo de farlopa adúltera quedó reducido a una tormenta de polvo de coca
que le dio ambiente de tahona a su punto de venta. Dijo Satur en su sincera
declaración ante la togada jueza, que El Breva, para justificarse, le alegó que
era alérgico a la cal --¡No te jode!, perdón Señorita, digo Señoría--. Siguió,
se encogió de hombros y con un ademán de manos abiertas dijo:”-- Lo maté y
ya está, pero que conste que no sufrió nada, le abrí la cabeza con la barra de
reventar puertas blindadas. Luego, nada. En el bidón del corral estuvo ardiendo
tres o cuatro días animado por gasofa de 98. Y ná más… que bueno… que soy capillita, de San
Gonzalo ¿Y usted?...es igual…recogí sus cenizas las mezclé con incienso, ¡Qué
bien olía el jodío Breva! Luego, contraté al Blasito aquí presente—señaló con
un giro de cabeza al nombrado--- para lo mismo que hacía El Brevita y aromaticé
aquella Semana Santa el punto de venta con la esencia de El Breva la mar de
bien. ¿Algo más que alegar, dice? Po no ¿le parece poco? ¡Cuénteme usted algo a
mí, enga, antes de que hable el sopascaldúas de su Secretario!—“.
Veintidós años, seis meses
y un día, más tres años por el afán crematorio y ocho por la merca de polvo
blanco, total: una ruina.
Tan vecina de El Loco como de un ejército rebelde de yonkis
zombis, moribundos entonces, ahora ya difuntos, del mismo modo que lo fue de
parados de tercera generación, con arraigo familiar en el Inem de la Calle
Alondra, de rateros al por menor, de amas de casa putas con su piara de
churumbeles, también de putas amas de casa con aliento de tabaco negro, de
litrona bien fría y puchero para comer. Se hartó de ver en el apostadero del
bar de abajo, del Bar La Chalá, a prófugos, liberados condicionales y libertos con
fecha de caducidad en la piel tatuada a dos tintas, exhibicionistas petaítos con faltas de ortografía en los
bíceps hipertróficos, del mismo modo que conoció a recurrentes convictos de
permiso de seis días saturar el contraste blanco de un día soleado con su única
muda estampada con máculas como medallas, y que, apesadumbrados, reían por no llorar al dirimir el dilema de volver
o no al talego. En general, barrio de marujas y manolos ajados por las estrecheces.
Vecinos todos de letra minúscula, salvo trascendencia periodística de sus
milagros.
Markus Lieben-17.
(Otro fragmento de "Triunfadores con Espinas").
Terminalooooooo
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