martes, 6 de agosto de 2019

Tríptico de un expósito rodríguez.

   

                                  "De nona a vísperas,
                                  de ahí a completas
                                  el fraile yerra sin compás
                                  de mancebía a taberna.
                                  Golfo,
                                  si le encuentra el Lucero
                                  con el cíngulo por fuera."
     
                        Rnesttata Hammatta-Hammatta.
                                                         
                                           



                                       I
                               PORTADA

Hoy es uno de esos días, tan del sur. Las temperaturas de más de 42 grados Celsius bajo la sombra del toldo con aspersor de Leopoldo, le restan aliento a un mes de Julio moribundo. Hay una humedad fluvial que agosta la pasión, si la hubiera. La luz solar, cegadora, de fotomatón. Todo normal. La ola de calor tórrido ya es mayor de edad, hoy cumple dieciocho días, y confina a todo quisqui en la penumbra de sus alcobas de tres a seis de la tarde en primera convocatoria, luego, hay bula general, patrocinada este vez por unos vascongados que tras padecerla cinco días-seis noches, han descubierto la pólvora. Éstos, han bautizado el episodio en una entrevista callejera para una televisión nacional como "generadora de estrés térmico", y justificaban una prórroga del reposo en el hotel, si hacer nada es lo mejor que puedes hacer a esa sofocante hora.

La ciudad con las venas abiertas por los rayos de sol, se deja disecar tendida a lo ancho del valle del Guadalquivir. Avenidas desiertas e incandescentes, bordeadas por parterres de albero fundido con bordados de adelfas tela de tristes ahora. Y desde las cunetas, se escucha a un ejército de chicharras emboscadas, incansables, que marcialmente están decididas a morir a final de verano por imperativo estacional de la natura.

En este hora tan cierta como un chimpún de pasodoble, algún aborigen sin ánima se ve. La faena matutina ya les ha clavado tres rejones en todo lo alto y buscan el chiquero. Transitan, sobre todo, camareros de pantalón oscuro y camisa blanca con lamparones de grasa que salen del trajín de su turno, tal como él. Y ves también turistas desorientados que peregrinan, o penan más bien, desperdigados por las calles en busca de los monumentos que les chiva su audioguía. Los visitantes van de sombra en sombra, y tiran para adelante con su prole rubicunda porque hay que amortizar la apuesta; de momento, chupan y chupan un helado. Estos forasteros van todos, bien lo sabes, con su botella de agua en ristre, sea sobaquera o de péndulo manual como si ante sí tuvieran un Gobi sin oasis. Veo sombreros, gorras, pañuelos, pamelas, y algunos paraguas que le ponen copa a la bandada de asiáticos tan tapados como beduinos y que han sido vomitados en el puerto por el crucero Max Mori Watanabe de Cipango Lines.

Entre los figurantes sin frase ni papel de este tríptico urbano, él, un rodríguez, El Príncipe del Tranquileo del Tardón. Su tiempo de veraneo este estío se lo pasará trabajando de nueve a cuatro, de lunes a sábado -como siempre-. Ahí lo tienes, presentero. Se sabe el último mono pero es capaz de verle ventajas a su insignificancia laboral y también a la orfandad familiar sobrevenida.
Es un héroe de galbana expósita, y le rodea un aura de santo varón, anacoreta y gastado por el roce de sus cincuenta palos. Se alimenta a base de gazpacho y tapes de comida congelada que le ha dejado su ausente proveedora de alimentos. Tiene un bogar cansino tras el zafarrancho del mediodía, ya sin braceo, corta el aire de tahona de la tarde, hace remolinos con su olor a sudor y refrito en medio del vaho del alquitrán evanescente y del humo de la combustión del gasóleo que el penitente tráfico expele. Ambiente ceniciento, masticable y que provoca anoxia si eres de clima melindroso. Pisa levemente este rodríguez, como un ángel in itínere. Las brasas del asfalto le cuecen sus pies de atleta, modalidad Bodega. Atraviesa con oficio una ristra de puentes travestidos de paso de peatones sobre un Jordán seco con faros semafóricos de una inutilidad palmaria. Lleva cadencia de galeote veterano, tras trienios de estadía agostí. Rotula, hoy como ayer, el vespertino paspartú de cada día.
De zaguán en zaguán, de casa a la bodega, fiel a la liturgia de las horas. Tras apencar, después se orea. De nona a vísperas y de ahí a completas, es un náufrago, un golfo si la madrugada le encuentra con el harapo por fuera. Él, a veces ni se reconoce: dando  traspiés en algún garito o bajo las estrellas con un saco de calabazas en el orgullo y unas copas ya meadas. Si se tercia, le endosa un sermón etílico a algún espontáneo con tan poca fortuna como él.
En verano, este superviviente, adquiere filiación temporera que le dura lo que recoger una cerecera. Pierde los apellidos de pila como si fueran dientes de leche y le salen incisivos de rodríguez predador en la marismas del Guadalquivir. Es camarero de tono sentencioso en la Bodega Morales, de esos que te gustan o los odias, con retranca y mucha mili de cantina.

Salió a estirar las piernas y a la media hora ya estaba en La Servesería. Le dice al sinsal de Dioni:
--¡Esta noche voy a quemar la ciudad, Dioni!
El bacante de guardia, numerario del LGTBI, arquea las cejas y abre los ojos. Es su respuesta. Acto seguido la Reina se da la vuelta tras la barra como un Travolta y con un deje de escepticismo murmura --¡Adiós!--

Texto: Nemo©.

             I- Portada del "Tríptico del expósito
             rodríguez".
             Pendiente, y bajo demanda:
             II- Lo de dentro.
             III- Contraportada.
         

Fotografía: Markus Lieben.